Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jesús Javier Prado

Una palomica suelta

Yo lo tengo claro: hay que provocar la confusión, la anarquía y la revolución, digital y virtualmente, o el libre albedrío de los seres humanos está en peligro. Si no queremos que las grandes corporaciones globales nos tengan cogidos por los cataplines y nos señalen varias veces al día cómo gastar el dinero que no tenemos gracias al conocimiento que tienen de tus datos, gustos, situación personal y hasta orientación sexual, algo habrá que hacer. El momento es de máxima gravedad, porque ya no es sólo que Zuckerberg te induzca a votar a Trump, o que Putin te inunde el correo de newsletters diciendo que en Europa somos unos flojos y unos timoratos bienpensantes: es que adivinan lo que te va a gustar (consumir, comprar, experimentar) mañana. Saben las cosas antes de que tú las sepas. Predicen tus movimientos antes de que los hagas. Conocen antes que tú la respuesta de tu hipotálamo a los impulsos.

Tengo un amigo que trabaja en Google, y me llamó el otro día: «Jesús -me dijo, muy serio- te vas a ir de viaje a Cracovia en vuelo de EasyJet este verano, comprarás el último de Pérez-Reverte en la feria del libro de mayo, y vas a reservar para cenar en el Nou Manolín, algún fin de semana próximo». Como se lo digo. Y yo, sin saberlo aún. Pero el disco duro de cualquier servidor remoto sí lo sabe, sí, porque el bot de Facebook que analiza mis tres mil cuatrocientos últimos likes cruzado con las búsquedas que he hecho en Google en el último mes, da eso: Cracovia, Reverte, Nou Manolín. Y que si compré ayer una gorra de lana inglesa en Amazon, hay muchas posibilidades de que mañana encargue un chaleco, y de que pasado empiece a ver Peaky Blinders y me empiece a comportar como un mafioso romaní de la familia Shelby a principios de siglo, y con acento de Birmingham. Tal cual. Parece magia, pero no lo es. Alguien sabe cómo va a ser nuestra vida, y no somos nosotros: son ellos...

Y algo habrá que hacer, porque así no podemos seguir. No queda otra que provocar la confusión, fomentar la anarquía, actuar con irracionalidad, desconcertar al que quiere ser tu amo, ser imprevisible. Y dejar rastro digital, virtual y telefónico de ese caos, a ser posible: el otro día me llamaron para una encuesta de sondeos electorales y dije que para las próximas legislativas iba a votar a Unión del Pueblo Navarro, y que Cristina Cifuentes era la política española que veía con más futuro. Cuando colgué, cogí el móvil y retuiteé a todos mis seguidores los tuits de Ivonne Reyes, de Jordi Hurtado, de Gabriel Rufián, de Joaquín Marhuenda, de Paz Padilla. Sé que nada tiene sentido, pero es de lo que se trata, es la guerra. Después colgué en mi muro de Facebook una receta para hacer churritos, porras y roscas en casa y con aceite de girasol, y subí a Youtube un vídeo de siete horas y media de la última reunión de la comunidad de vecinos, que me pongo todos los días. También entré en la web de una tele-tienda y estuve navegando durante una hora viendo aparatos que me hicieran engordar cuatro kilos de más en menos de una semana y que a ser posible me provocaran a la vez la caída del cabello (es que he cumplido cincuenta, y hay que adaptarse lo antes posible). Y también contesté -logado, por supuesto- a todas las encuestas de los diarios digitales sobre la tensa relación de nuestras reinas («¿Está a favor de la reina Letizia o de la reina Sofía?»: yo a favor de Marichalar, siempre, que al final parece que es el más coherente y sensato de todos). Todo perfectamente medido, calibrado y meditado, con el firme objetivo de promover el caos, inducir al error, hacerle saltar los plomos a todos los algoritmos, romper las costuras de la minería de datos, no ser clasificable, ni parametrizable, ni medible. Yo lo que quiero es ser una palomica suelta, una vaca sin cencerro, una oveja descarriada, un mojón perdido en el camino, una brizna al viento sin rumbo fijo, un mascarón de proa desorientado en el océano. La unión hace la fuerza, y yo creo que si todos hiciéramos algo parecido se lo pondríamos más difícil a esas manos gigantes, invisibles y poderosas que parece que ya nos conocen mejor que nosotros mismos. Pero les dejo ya, que tengo los churros en la sartén y me tengo que ir preparando la maleta para Cracovia

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats