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Javier Llopis

Con el agua al cuello

Javier Llopis

Negacionismo a la valenciana

Aquí nunca pasó nada. Ni el caso Brugal, ni las hazañas de Rafael Blasco, ni los despilfarros de la visita del Papa, ni la Gurtel, ni los 1.773 millones de euros en sobrecostes de Ciegsa, ni los 150 millones del aeropuerto de Castellón, ni los 261 de la Fórmula 1, ni el desastre de la Ciudad de la Luz, ni el agujero de autobombo de la RTVV. Aquí nunca pasó nada. Los veinte años del PP en la Generalitat fueron un nuevo siglo de oro de prosperidad y de buena gestión, cuyo esplendor sucumbió ante los embates de una oscura conjura político/periodística/judicial empeñada en desprestigiar la Comunidad Valenciana y en convertirla en un paradigma internacional de corrupción con el único objetivo de retorcer la voluntad popular para que la izquierda pancatalanista accediera al poder autonómico.

Esta es la doctrina que está haciendo furor estas semanas entre los ideólogos y los opinadores de la derecha. Estamos ante la versión valenciana del clásico negacionismo. La disparatada línea de análisis que rechaza la validez de verdades científicas como el cambio climático o la teoría de la evolución ha encontrado su versión política en este apacible rincón del Mediterráneo. Las terminales mediáticas de la derecha valenciana se han lanzado a la calle para predicar la buena nueva y si nadie lo remedia, la tabarra irá in crescendo conforme se acerquen las elecciones autonómicas de 2019. El mensaje es simple, pero muy efectivo: la presunta corrupción del PP de la Comunitat era un repugnante infundio, un espejismo propagandístico montado por el Follonero y por cuatro periódicos resentidos, empeñados en torpedear el despegue de un territorio autonómico que estaba llamado a asombrar al mundo. Para tragarse este indigesto pastiche hay que tener mucha fe, ya que a los practicantes de esta extraña religión se les exige negar lo evidente: ignorar esas tristes cuadrillas de dirigentes populares desfilando un día sí y al otro también por los juzgados y por las cárceles, olvidarse de los centenares de esqueletos millonarios de institutos a medio hacer y de auditorios fuleros sin estrenar repartidos por todo el territorio nacional y asumir como un dogma que el tándem PSPV/Compromís ha sido capaz de generar él solito en el tiempo récord de dos años el estado de ruina económica en el que vive sumida la autonomía.

El disparo de salida para esta loca carrera hacia la mentira lo ha dado el agudo polemista Arcadi Espada con su libro Un buen tío, en el que revisa la figura de Francisco Camps para pintarnos al infausto expresidente de la Generalitat como un político ejemplar, como una víctima inocente de los navajeos del periodismo nacional. A este provocador banderín de enganche, paseado con pompa y circunstancia por todas las teles nacionales, se ha ido sumando en las últimas semanas una nutrida legión de apasionados apóstoles autóctonos. Todos se hacen el mismo planteamiento: si este escritor, que es un tertuliano de postín, se atreve a publicar semejantes barbaridades, ¿por qué no me voy a atrever yo?

Se ha puesto en marcha un potente dispositivo para provocar la amnesia colectiva. Los defensores de este relato alternativo tienen un objetivo claro: que los valencianos nos olvidemos de esta parte tan negra de nuestra historia y que acabemos repitiéndola tras las próximas elecciones autonómicas.

A favor de este gran proyecto de manipulación colectiva juega la implantación de los nuevos códigos de la comunicación y de la propaganda política, en los que conceptos como posverdad (léase mentira) son capaces de coronar con el éxito las más delirantes aventuras, hasta convertir en líderes mundiales a mastuerzos de la talla de Donald Trump. En contra de esta operación está el tiempo, la rabiosa cercanía de los hechos que ahora se intenta enterrar bajo toneladas de desmemoria. Los habitantes de la Comunitat Valenciana tenemos muy frescas en nuestras retinas y en nuestras vidas las imágenes y las consecuencias de aquellos días de vergüenza y van a hacer falta muchos libros, muchas columnas de periódico y muchos brillantes tertulianos para conseguir que nos olvidemos de ellas.

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