Ya sé que pueden pensar que no es la semana más adecuada para hablar de este tema después de que en las Baleares hayamos dicho adiós a las esperanzas de esta temporada de siquiera entrar en promoción de ascenso. Craso error, ésta es la semana en que, precisamente, toca pensar en que somos casi centenarios y unos meses en la vida de un abuelo son un simple accidente a añadir a su extenso devenir mundanal, y como todos los abuelos, no se preocupan de lo pretérito, que ya es historia, sino del futuro.

Más que indignado estoy esta mañana de domingo de Gloria después del fiasco con el penúltimo clasificado de 2º B, vaya gloria, o mejor dicho, domingo de Dolores. Ya sé que suena raro eso de la 2ª, y más con el añadido de la B, pero me sigo negando a acostumbrarme. Mi madre, 99 cumple en unos días, me diría eso de, anda hijo, si yo te contara cómo os daba de comer en la postguerra en la Asturias minera, no sé por qué te preocupas por bagatelas.

Y todavía mascullando, a media tarde recibo una foto de un niño de 8 años enarbolando un trofeo. Me llama la atención que viste equipaje del Hércules. Inddago y me dicen que juega con los Prebenjamines que han conseguido hoy [por el pasado domingo] el campeonato de la categoría en Torrevieja. Les soy sincero, me senté al lado del presidente del Madrid, D. Luis de Carlos, cuando José Torregrosa, a la sazón presi del Hércules, me susurró que ocupara su lugar para perderse por los pasillos agarrado mentalmente a la Santa Faz mientras el tiempo iba goteando con irreverente lentitud los minutos hasta que finalizó el partido con un 0-1 a nuestro favor y nos mantuvo en 1ª, leen bien, sí 1ª, y confluyen en mí dos sensaciones, la euforia de haber podido seguir en la elite después del último partido de Liga frente al Madrid, y la esperanza de que nuestros hijos nos lleven de nuevo al lugar que nunca debimos abandonar.

Cuando José Torregrosa abandonó la presidencia cansado de ser la diana del «pim pam fuego, plato», retomé la filosofía de compartir con buenos herculanos el deseo de continuar nuestra historia en ligas mayores. Y allí aparece un personaje anónimo, un médico analista, de nombre Juan Granda Matamoros, de origen minero de La Felguera, que se sentaba en el palco, lejos del bullicio y las relaciones sociales, y empezaba a dibujar rombos, escribía los fallos del sistema propuesto por el entrenador de turno, juraba en bable, volvía a diseñar el mejor sistema contra el rival, redibujaba con los cambios, terminaba el partido y nos explicaba como a niños a modo de catón las razones del éxito o del fracaso. Sus argumentos eran siempre irrefutables, sin derecho a réplica, y todos asentíamos con la cabeza pensando si sería oportuno sentarle en el banquillo en vez del palco, pegadito al entrenador, hablando en voz no muy alta sus reflexiones para que su vecino las adoptara como propias.

Y hoy, desde el cielo, porque fue un hombre que sólo cometió pecados veniales, y pocos, sigue dibujando rombos infinitos, y mira por dónde, observa desde las alturas a su nieto Luis, hijo de Marisa y Alejandro, vestido de blanquiazul alzando un trofeo, y me traslada por una reciente versión de WhatsApp celestial que claro que llegaremos al Centenario, y más, mucho más, pero cada cosa en su momento.

Como no le puedo contestar al no cumplir los requisitos para poder usar dicha aplicación de comunicación, sólo en poder de los que se encuentran en el más allá, me quedo con las ganas de saber cuál es nuestro futuro, pero que venga de allá arriba es buen síntoma de que hay partido.

Quién ha dicho que nuestro Hércules está muerto.