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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

Las ruinas de la política antigua

Lo recitaba mi padre como antídoto ante cualquier ataque de ego y como recordatorio de lo efímeros que son los acaeceres humanos: «Estos Fabio, ay dolor, que ves ahora/campos de soledad, mustio collado/fueron un tiempo Itálica famosa». El poema de Rodrigo Caro, que es larguísimo, me ha producido siempre la desazón del que contempla unas ruinas y se imagina lo que hubo antes de que los cielos se derrumbaran y el tiempo cubriese con el polvo de la historia lo que fue gloria y desafío. En el Templo de Karnak y en el Foro de Roma me asediaba a cada paso el poema y el recuerdo del Sr. Mondéjar padre, tan escéptico él ante las famas (y los cronopios, había leído a Cortázar). Desde hace un tiempo ese mismo sentimiento de ruina tengo al contemplar obras, pensamientos y palabras de PP y PSOE , que en un tiempo fueron y ya no, esperando el momento en que el tiempo cubra definitivamente sus huellas, como en Itálica.

Los partidos clásicos son como la monarquía de los Austrias, que de tanto cruzarse entre ellos acabaron tontitos y tuvieron como obra cumbre de la endogamia a Carlos II El Hechizado. Conozco socialistas alicantinos que de tanto aparearse con Franco dieron en producir a Echávarri, lo que desde luego aporta certificado de pedigrí pero no de talante. Los abuelos y bisabuelos de mi gato Aramis son felinos de buena familia todos ellos, pero cuando ves su árbol genealógico te das cuenta que los criadores cogían a una madre de Noruega y la cruzaban con un padre de Alemania, de forma que evitaban la consanguinidad. En este caso no han inyectado sangre nueva en la raza desde hace treinta años y así les va. Pero vamos, pasa lo mismo en el PP, que la renovación sanguínea es inexistente y los cachorros de Ciscar se aparean con los de Ripoll y producen a Castillo, por ejemplo. Entiéndanme el símil, no se me pongan a desvariar que les conozco.

Es verdad que la mayoría de engendros proceden de los males mal curados de la Transición y, como leí el otro día en un libro que ya les recomendaré: «Eran los setenta; con la suficiente cocaína podías follarte a un radiador y mandarle flores al día siguiente». Los dos grandes viven desde entonces en esas nieblas del pasado, añorantes del radiador, creyendo que los días de vino y rosas durarán mientras la Democracia aguante. Y no han sabido ni han querido reinventarse, con la diferencia de que el PP es el mismo desde Aznar, tras matar al padre Fraga, y el PSOE no es ya que no haya matado al padre Felipe es que desde esa época ha ido dando tumbos. No es de extrañar que Sánchez y Rajoy sean los «hechizados» actuales, hijos de unas estructuras que han hundido cualquier atisbo de frescura, de que el aire de la calle acabase con el olor a naftalina y alcanfor de sus sedes.

Debo reconocer mi pasión por los trastos viejos pero como objetos de exposición, no para utilizarlos en la vida cotidiana. Excepto a los tipos muy decadentes y a los muy conservadores - y éste es un adjetivo que va al pelo para mucha derecha y mucha izquierda- a la mayoría de la gente normal les ofende el pasado y prefieren los colores brillantes y no los discursos agotados por repetidos. Pero claro, cuando cierras puertas y ventanas para que no invadan tu corralito evitas a los bárbaros, pero como se muera uno dentro no vas a quitar el olor por mucho «fluflú» que le eches y al final tu gente puede elegir entre morir de septicemia o de la peste.

A día de hoy no daría un duro por los grandes partidos a no ser que sean infiltrados, invadidos y renovados por gentes de fuera. Al fin y al cabo eso pasó con el corrupto Imperio Romano, primero impregnado por los bárbaros y luego saqueado por éstos (y por cierto, los bárbaros somos nosotros, por si se creían descendientes de Cayo Julio César). Si alguien consigue saltarse las defensas, acabar con las viejas estructuras y construir un edificio nuevo (sin pagarlo en B como presuntamente se hizo con la sede del PP en la calle Génova), lo mismo duran un ratito más, caso contrario les veo a no mucho tardar de extraparlamentarios o residuales como en Cataluña.

Excepto en un caso: como la irreductible aldea gala de Asterix, la sede socialista alicantina mantendrá a raya a los legionarios, digo yo que utilizando la poción mágica para dotar de fuerza y valor a sus escasos militantes. Por cierto que algunos se cayeron, cual Obelix, en el caldero de la poción mágica cuando eran pequeños y así no hay forma de ganarles. «Eso no se vale», que dicen los críos.

Se quedarán con la sede y con un nombre histórico, pero de la historia no se come y en esto de la política si no repartes puestecitos a los tuyos las ratas abandonan el barco buscando otras naves con más queso en sus bodegas. No me hagan que les cuente a estas alturas cómo funciona la vida, que ya son mayorcitos.

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