«¡Traición! ¡Que nos lo llevan! ¡Nos han quitado a nuestro rey y quieren llevarse a todas las personas reales! ¡Muerte a los franceses!». Este mensaje podía haber sido un tuit, pero fue lo que gritó un tal José Blas de Molina a las puertas del Palacio Real en 1808 ante una muchedumbre que temía que los franceses secuestraran al hijo menor de los reyes, el Infante Francisco de Paula. Tras aquel grito se inició lo que ahora conocemos muy bien a través de los cuadros de Francisco de Goya como «el alzamiento del 2 de mayo». Aquello fue un día de ira que dejó miles de muertos por las calles de Madrid, y que curiosamente se inició por algo que no es seguro que estuviera en la mente de Napoleón.

Hace escasos días, sin llegar a lo acaecido el 2 de mayo, se produjeron unos disturbios en el madrileño barrio de Lavapiés, cuando un inmigrante sin papeles moría de un ataque al corazón y en redes sociales acusaron, entre ellos por acción u omisión algunos concejales de Podemos Madrid, a la Policía de haber provocado esa muerte por una redada. En pocos minutos saltaron sillas y mesas sobre la sorprendida policía, algunos de los cuales habían intentado sin éxito reanimar al inmigrante.

A unos kilómetros al norte, desde Alicante observamos atónitos cómo los independentistas catalanes tratan de bloquear autopistas y quemar neumáticos en diversas zonas de la ciudad tras la detención, por cierto, más que previsible, del señor Puigdemont.

Y no dejamos de plantearnos cómo es posible que los británicos votaran afirmativamente al Brexit, cuando todos los análisis previos daban por seguro una continuación de Gran Bretaña en Europa, produciéndose una situación muy incómoda de la que nadie sabe cómo salir de forma airosa.

Éramos conscientes del poder de convocatoria que tenían las redes sociales, pero lo que no parecía tan claro es cómo se podía manipular o al menos influir notablemente sobre una persona a través de la información que ésta ha dejado de forma consciente o inconsciente en las redes sociales, whatsapp, redes wifi gratuitas, buscadores, páginas web y demás.

Ahí está Facebook tambaleándose por unos días cuando se ha conocido la filtración de datos que han podido ser utilizados para influir en el referéndum del Brexit o en las elecciones presidenciales norteamericanas. Salvo sorpresa, esto ocurrirá tan solo por unos días y muy probablemente volveremos a nuestra rutina diaria de seguir colgando actividades y fotos con etiquetas de nuestros amigos en dicha red social u en otras similares. Pensamos que nuestra información no le va a interesar a nadie, y seguimos sin plantearnos cómo es posible que todos esos servicios que nos ofrece internet sean gratuitos. Nada es gratis en este mundo, y en empresas que cotizan en bolsa, mucho menos.

Nuestros datos personales ya son moneda de cambio, si alguien observa mis perfiles de redes sociales pueden conocer mis aficiones, mis amigos, mis opiniones políticas y cuál es mi rutina de acceso a Internet. Al principio pensábamos que sólo era para ofrecernos publicidad personalizada. Recuerdo el caso de una joven que nada más conocer que estaba embarazada y sin haberlo hecho público empezó a recibir correos con información comercial para bebés. Muy probablemente, las búsquedas que realizó dejaron una huella fácilmente utilizable.

Pero las redes sociales y la potencia de los ordenadores actuales a la hora de procesar millones y millones de datos, o el Big Data, han hecho posible, ya no sólo tratar de que compremos un producto sino directamente poder influir en cómo observamos nuestra realidad. Es factible clasificarnos a cada uno de nosotros en base a nuestras opiniones o temores a través de la información que dejamos, y posteriormente estudiar y hacer llegar a dicho grupo concreto el mensaje de tal forma que nos afecte más en algún sentido. No sólo ha sido Donald Trump, sino que fue Barak Obama el que inició de manera brillante el uso del Big Data para hacer llegar de forma muy eficaz su mensaje a los potenciales votantes.

No es cuestión de buenos ni de malos, los matices son infinitos, pero sí que hay que ser cada vez más cuidadoso con nuestra forma de interactuar en Internet, evitando en lo posible dar información que no queramos que alguien utilice. Se debe ser consciente que todo lo que colgamos o hacemos en Internet lo hemos regalado a unas empresas al pulsar clic en algún contrato de derechos de uso que jamás habremos leído. Contratos que son redactados como los bancarios, de tal forma que no consigas nunca llegar despierto al final de la lectura. El resumen es que, en el nuevo mundo tecnológico, en la mayoría de los servicios gratuitos el precio eres tú.