Desde 1967, el 2 de abril se celebra el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil al coincidir con la fecha del nacimiento del escritor danés Hans Christian Andersen. Con esta efeméride se busca promocionar los buenos libros infantiles y juveniles, así como reivindicar el valor de la lectura con el fin de que los jóvenes lean más y comprendan mejor.

1. El triángulo de la lectura tiene tres ángulos: sociedad, familia y escuela. La sociedad "marca" las pautas de comportamiento y ensalza determinados valores dominantes; la escuela exige el aprendizaje de contenidos y tiene la responsabilidad de conseguir que la lectura sea un medio de acceso al conocimiento y una fuente de satisfacción personal; y las familias, por su parte, son los primeros responsables de la educación lectora de sus hijos. El hábito lector se consolida más rápidamente si nuestros alumnos encuentran modelos lectores tanto en el ámbito familiar como en el educativo. La lectura no debe practicarse solo en casa como si fuera una actividad extraacadémica y por lo común ajena al aula y escasamente valorada. Se la minusvalora si se arrincona en las programaciones al otorgarle poco tiempo y valor. Por eso, hay que lograr que los libros vayan y regresen de casa al instituto y viceversa. Habrá, por tanto, lecturas en "clase" y lecturas para "clasa", es decir, esas que se inician en clase y se continúan en casa. Si se hace bien, permite, además, la implicación de las familias.

2. Cada adolescente es único y la promoción de la lectura ha de hacerse de manera individual. Una sola lectura por aula es una propuesta pobre, homogeneizadora y que no respeta los niveles de competencia lectora ni los gustos temáticos personales de cada lector. Los docentes, que son los principales mediadores, deben elaborar planes lectores razonados con lecturas adecuadas mediante un asesoramiento personalizado. Para llevar a cabo este objetivo hay que redactar en cada centro educativo un Plan Global de Lectura (PGL) -que afecta a todas las áreas- y un Plan Individual de Lectura (PIL) -desarrollado en los departamentos de lenguas-. Además, se contará con una programación que valore la lectura de un libro como un ítem evaluable que también contribuye a aprobar.

3. Un Plan Lector debe basarse mayormente en literatura juvenil (de 1º a 4º ESO), aunque también se incorporen otros libros que son aptos para adolescentes, incluidas las adaptaciones de textos clásicos. Abogamos por este tipo de literatura para jóvenes porque los adolescentes tienen un modo diferente de leer que convierte la lectura de un libro en una experiencia personal. La buena literatura juvenil ofrece un léxico adecuado y huye tanto de la moralina como de la transversalidad temática. No hay que olvidar que la literatura juvenil es una literatura de transición y no una literatura sustitutiva de la clásica. Y, esencialmente, coadyuva a formar el hábito lector, porque incide más en la educación lectora que en la enseñanza de la literatura.

4. La misión de un docente no es hacer exclusivamente lectores literarios, sino lectores competentes que sean capaces de enfrentarse con éxito a cualquier tipo de texto. Actualmente, la lectura sigue siendo el mejor medio para acceder al saber. Nuestra responsabilidad ineludible como docentes nos obliga a fomentar la lectura porque mejora la comprensión y educa al alumnado de manera integral. Por ello, un Plan Lector debe contar no solo con esos "libros buenos" a los que Pedro Salinas se refería como esenciales, sino también con una metodología que secuencie la lectura y la escritura como habilidades lingüísticas básicas en la formación integral del alumnado. Para ello habría que desgramaticalizar la enseñanza en Secundaria, reducir de manera sensata los programas y exigir lo que muchas veces se da erróneamente por sabido: leer, escribir, hablar y escuchar.

5. Hay que reivindicar la figura de un Coordinador de Lecturas, el máximo responsable del fomento de la lectura en un centro educativo. Su labor consistirá en coordinar las lecturas de los diversos departamentos, construir la biografía lectora de los alumnos, incluir la lectura formativa en valores en las horas de tutoría, y favorecer actividades que vayan encaminadas a convertir la lectura en una práctica habitual.

6. Existen actualmente, al socaire del desarrollo de las tecnologías de la educación, muchos proyectos de lectura basados en el uso de distintos dispositivos electrónicos. Aunque no minusvaloro esa tendencia imparable y que habrá que incluir, defiendo planes lectores razonados de libros cercanos a la sensibilidad de los adolescentes y disponibles de manera inmediata en una Biblioteca de Aula, y sin coste alguno para las familias.

Estoy convencido de que el fomento de la lectura y de la escritura favorecen el aprendizaje, porque aúna la efectividad y la afectividad. No habrá que desilusionarse si los resultados no se corresponden con los objetivos perseguidos: el entusiasmo es el camino para el aprendizaje del hábito lector. En este sentido, hay una puerta abierta a la esperanza, porque es precisamente en los niños y jóvenes donde más crece el índice de lectura, mientras que un 49% de adultos reconocen que no leen ningún libro.

Para un conocimiento más profundo del valor educativo de la lectura pueden descargarse mi libro Cómo hacer que los jóvenes lean en este enlace.