Es verdad que era un momento duro, en el que tuvo que despedirse como jefe de su gente, de los socialistas de Alicante, de una forma que nunca imaginó cuando hace tres años asumió la Alcaldía: acosado por los tribunales, despreciado por Ximo Puig y su cúpula, y con la sensación de que su lugar en los libros de historia no será el que había soñado. Por eso, es comprensible ya no sólo que Gabriel Echávarri vertiera el sábado lágrimas sin contención, sino que aprovechara para dejar una especie de testamento político y ajustara cuentas con enemigos eternos y antiguos amigos. Vale. De acuerdo. Pero precisamente en su anhelo de que la historia le indulte, volvió a hacerle un flaco favor a la ciudad, a la izquierda y a su propia heredera, Eva Montesinos, al dinamitar puentes con los miembros del antiguo tripartito con los que el PSOE se tendrá que entender sí o sí para conservar la Alcaldía; y al arrojar metralla incluso contra consellers de Compromís como Manuel Alcaraz a pesar de que en Alicante Compromís es el principal puntal en el que el PSOE puede apoyarse y con Compromís gobierna la Comunidad. Ahora bien, lo más sorprendente es que no ha sido sólo Echávarri, al que esto al fin y al cabo empieza a importarle poco. Antes, ya el vicesecretario general del PSPV, Manuel Mata, había atacado con saña, junto al Guanyar de Pavón, que es más lógico, al Compromís de Bellido. Mata y Echávarri hacen eso porque saben que ni Pavón ni Bellido podrán decirle que no a Montesinos sopena de permitir que vuelva el PP. Pero al mantener el eterno nivel de bronca dificultan las negociaciones para un nuevo gobierno y, si fragua, hipotecan su gestión al agrandar la memoria de agravios que ya lastró al tripartito. Es increíble que a estas alturas el PSOE aún no haya mostrado una hoja de ruta para rehacer alianzas que saquen de una vez del atolladero a esta ciudad. Que es lo que importa. En vez de eso, Echávarri se dedica a loar a Ángel Franco. Siempre se puede ir a peor.
