Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crónicas precarias

Otro negro muerto

Un negro muerto, otro más. Que no es racismo, ojo. Aquí no somos racistas, si no estaríamos dando palizas y gritando «¡negro de mierda!» por la calle

Me dan mucha lástima las personas y asociaciones empeñadas en que nos conmueva la muerte de Mame Mbaye, el mantero senegalés fallecido hace unos días en Lavapiés. A ver, que no es que no nos apene la desgracia de otro individuo, pero es muy difícil estar empatizando todo el rato, se queda una agotada. Además, la empatía no es infinita como la purpurina, así que tenemos que ir administrándola sabiamente, con mesura y sentido común.

Por eso, cuando un mantero sufre una muerte trágica en circunstancias poco claras o unos cuantos migrantes se ahogan intentando llegar a suelo europeo, yo entiendo que a casi nadie le importe. Un negro muerto, otro más. Que no es racismo, ojo. Aquí no somos racistas, si no estaríamos dando palizas y gritando «¡negro de mierda!» por la calle. Y nada de eso, míranos, tan tranquilitos tomándonos un café con leche mientras hojeamos el catálogo de sillas de terraza, que debemos prepararnos para el buen tiempo. Si, de hecho, a veces en vez de decir negro decimos persona de color, ¿cómo vamos a ser racistas?

No somos nosotros, son las circunstancias. Ahí tienes el caso del Tarajal, por ejemplo. Hace ahora algo más de cuatro años, un grupo de 14 personas de origen subsahariano perecieron tratando de alcanzar a nado la costa de Ceuta mientras la Guardia Civil les lanzaba pelotas de goma. ¿Ha supuesto este incidente un antes y un después en nuestra visión de las fronteras? ¿Hay un clamor popular que exige depurar responsabilidades por lo ocurrido durante esa jornada? Obviamente no, pero es que esta gente nos lo pone muy difícil. Se empeñan en ser negros, pobres y migrantes, así es casi imposible que nos interesemos por su bienestar. Si fueran actores negros exitosos, como Will Smith, bueno. Si fueran pobres pero españolísimos de nacimiento, quizás nos arrancarían alguna lagrimilla. Es comprensible, ¿no? Pues no hay manera de que lo capten. Encima son adultos. Porque, al menos, un niño somalí en un anuncio de una ONG que busca apadrinamientos, quieras que no, te remueve un poco por dentro, pero un tío hecho y derecho, mira, tenemos mucha plancha pendiente y no nos da la vida para todo.

Además, en el caso de los manteros, seamos honestos: computan prácticamente como mobiliario urbano. Estratégicamente colocados, día tras día, esperando a que sopeses cuánto te gustan esas zapatillas de colores o qué bolso de imitación prefieres llevarte a casa. Su misión es estar, no ser. Autómatas que intentan sobrevivir mientras nos ofrecen esa simpática gama de productos que tan gustosamente compramos. En el imaginario colectivo desempeñan un rol similar al de las farolas y los bancos. Quizás por eso nos afecte más una papelera quemada que un cadáver de origen africano.

Mame Mbaye llevaba 12 años viviendo en España. Más de una década tratando, sin éxito, de regularizar su situación y conseguir los sacrosantos papeles que te otorgan la condición de ser humano. Pero es que, aunque hubiera logrado superar la ratonera burocrática que representan las leyes migratorias y hubiese obtenido la nacionalidad, tampoco le habríamos concedido el estatus de ciudadano fetén, auténtico. Ni siquiera así sería considerado uno de los nuestros. Pero ojo, que no es racismo. Simplemente, no podemos estar derrochando empatía por encima de nuestras posibilidades.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats