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Vuelta de hoja

Felipe en llamas

Hay artistas que se pasan el año construyendo esculturas de gran calidad para ser quemadas en una sola noche

Tenemos en este país o lo que sea (más bien parece que vivamos en una viñeta de Forges, que gloria haya) una extraña fijación con el fuego, como si aún la ciencia no hubiera destronado al atavismo, como si siguiéramos creyendo que el fuego purifica o nos fuera a quitar de encima una monarquía absolutista. Hay artistas que se pasan el año construyendo esculturas de gran calidad para ser quemadas en una sola noche. Se nos remueven los humores gástricos ante una barbacoa y nos quedamos embobados mirando el fuego mientras se torra una chuleta. Por San Juan, España entra en histeria colectiva y el país se convierte en las calderas de Pedro Botero. Luego nos divierte mucho saltar sobre las brasas. Fuego, fuego, todos los fuegos, el fuego.

El otro día, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dejó en ridículo (cosa para la que no hay que esforzarse mucho, francamente) al Gobierno del país al dar la razón a los pirómanos de las fotos de los reyes. No eran injurias, ni incitación al odio. Era libertad de expresión. ¿Lo pilláis, majos? Para mí tengo que, ante la nueva oleada de censores y de gente chirle, hebén y asustadiza, el Tribunal Europeo está, ahora sí, haciendo un gran esfuerzo por parar el descenso vertiginoso de la España del siglo XXI, al oscurantismo de la Baja Edad Media. Y es que se nota eso de estar gobernados por los herederos de una página negra de la historia. El beaterío, la mojigatería y el tremendo aumento de personas susceptibles de escandalizarse ante hechos poco escandalizadores y aún pueriles, beben de las fuentes de ese renacimiento. La pompa y circunstancia de la dictadura, ha vuelto. Presos políticos, artistas o pseudo artistas chupando sombra, libros secuestrados, los grises ya no son grises, pero siguen apaleando y un clima de crispación con precedentes enturbiando una primavera heladora. Pedazo de panorama. Recuerdo, que hace unos años, Javier Krahe, el Cuervo Ingenuo, el trovador, se salvó de la trena de milagro por dar instrucciones de cómo cocinar un Cristo (otra vez el fuego). Fue una grabación de 1977, pero salió a la luz en 2012 en una entrevista de televisión. El rasgamiento de vestiduras se oyó por todos los rincones. Hombre, si tenemos en cuenta que un Cristo es la representación bastante fidedigna (sobre todo en la imaginería barroca) de un tipo torturado, agonizante y ensangrentado, si las iglesias están repletas de santos martirizados, aquí un degollamiento, allí un asado a la parrilla, allá una santa mostrando las tetas en una bandeja, acullá un decapitado, deberíamos empezar por censurar a la propia iglesia, por enaltecimiento de la tortura y el asesinato. Cocinar un Cristo de plástico vendría a ser algo así como una inocente boutade en comparación con esa galería de los horrores.

De modo que el Tribunal de Estrasburgo, que parece que ya se ha coscado de lo que se cuece en esta marmita de los despropósitos a la española, ha dado un tirón de orejas al gobierno para que deje de elevar a la categoría de lo punible lo que no pasa de ser una sandez. Nuestro rey, Felipe VI, «el impuesto» -también le dicen «el preparao»-, es un dechado de virtudes y un paladín de todas las causas, un fervoroso defensor de la Constitución do quiera que va. Por eso, el otro día, cuando los abuelos gritaron «A las barricadas» llenando las calles del solar patrio, decidió irse a esquiar, pasándose el artículo 50 de la Constitución por la real huevera. Felipe, la Casa Real, la opípara cuchipanda de los Borbones, la Familia Real está en llamas, no precisamente por la querencia de los súbditos al fuego, sino por la querencia de sus realezas a vivir de puta madre a costa de todos, a su aparente patente de corso para delinquir a cara descubierta, por sus chanchullos con armamento, por tirar barraganas por la borda, por atentar contra el ecosistema, por burlarse de todos en una vídeo-pantomima simulando austeridad, por detentar un cargo impuesto por un sátrapa. No, ni los raperos, ni los que queman sus caretos tienen culpa de todo esto. Ellos solitos se están abrasando en la hoguera de las vanidades, de la vileza y de la cara dura. ¡¡¡Urdanga, llama!!!

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