El viaje se iniciaba con las mejores perspectivas. Ya que iba a estar metida cinco largas horas en el tren, por lo menos me iba a coger armada con todo tipo de entretenimientos, a saber, un sudoku samurai con la esperanza de lograr mi reto personal de completarlo, la novela de Jane Austen que me he autoimpuesto leer en su lengua original, la tablet y el periódico del día. A mi lado se sentó un hombre de mi edad, con tan pocas ganas de conversación como yo misma. Además, no estaban ocupados todos los asientos del vagón, lo que hacía presagiar incluso la posibilidad de dar alguna cabezadita. Espléndido. Sin embargo, mis esperanzas se vieron truncadas apenas salimos de la estación de Alicante rumbo a Barcelona. A los pocos minutos de iniciar el viaje, tres niñas empezaron a hacer ruido, a moverse de un asiento a otro, se sentaron juntas, se levantaron, corretearon por el pasillo y al rato sacaron las maquinitas respectivas y pusieron unos videojuegos a todo volumen, hablando al propio tiempo a voces, como si estuvieran en el patio del colegio. Les calculo ocho, nueve y once años, respectivamente. Me puse a buscar con la mirada a los respectivos padres dimitentes. Ni rastro de ellos. Al cabo de un momento deduje que eran niñas que viajaban solas, pues portaban un escapulario de plástico transparente con el billete y los datos de contacto dentro, y estaban bajo la presunta custodia temporal del revisor y las azafatas, convertidos por estos caprichos del destino en involuntarios niñeros. Supe más tarde que era una situación habitual de éste y otros trenes del viernes por la tarde, pues las pequeñas iban de visita de fin de semana al lejano progenitor. Un claro ejemplo de que los niños son a la postre quienes pagan los platos rotos en las separaciones de los padres.

Yo había hecho este mismo viaje Alicante-Barcelona hace ya dieciséis años, con mi hijo mayor recién nacido, y el trayecto duraba exactamente lo mismo que hoy día. Después de todos estos años el transporte de esta línea apenas ha evolucionado, y entiendo que han de empezar por ahí las mejoras que serían necesarias para evitar que el proyecto de corredor mediterráneo se quede reducido a mero paseador mediterráneo, con la consecuente pérdida de energía, dinero y oportunidades para las poblaciones de la costa oriental de nuestro país en general y las de nuestra Comunidad en particular.