Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jorge Fauró

Opinión

Jorge Fauró

Huxley se equivocó

Fiel a una maldición instaurada en Alicante en 2008, el año en que dimite Luis Díaz Alperi, la capital de la provincia y segunda de la Comunidad vuelve a despedir a un alcalde (o alcaldesa) por tercera vez consecutiva, antes de consumar mandato y obligado (u obligada) por su implicación en causas judiciales. Entenderán que no tenga en cuenta los meses de interinidad que Miguel Valor llevó la vara de mando tras la original dimisión 2.0 de Sonia Castedo (2014) en exclusiva para sus seguidores de Facebook.

Llegados a este punto, y distinguiendo el grano de la paja, que no son lo mismo pero al final forman trigo, lo de menos es que el procesamiento sea por corrupción o por represaliar al oponente con el despido de una funcionaria que resulta ser su cuñada. Sea de mayor o menor grado la tropelía, la Justicia te recuerda que la has cagado. A casa.

No hay capital de provincia en España que iguale a Alicante. Tres alcaldes desde 1995, dos del PP, uno del PSOE, y tres dimisiones como tres soles, ligadas entre sí por la gestión de gobierno como quien se arranca a bailar las tres partes de una sevillana. Ole.

La maldición de Alicante se entrecruza esta vez con el imaginario narrativo del escritor británico Aldous Huxley, que fabulaba un futuro lejano con leyes de obligado cumplimiento para obtener la gobernanza ideal del Estado. No han sido pocos los politólogos y hombres y mujeres de ciencia que desde hace décadas vienen defendiendo ese modelo perfecto de líder planetario ideado por el autor de «Un mundo feliz». Huxley sueña con un sistema de elección de líderes y jefes de Estado que aparta de la carrera a quienes manifiestan su deseo de ocupar el poder. Eso deja fuera a candidatos con intereses opacos, profesionales de la política y capataces a cargo del cortijo. El gobierno del futuro encarga el liderazgo de su comunidad, precisamente, a quienes no desean hacerlo, a aquellos que nunca se habían planteado ser presidentes o alcaldes. ¿Y por qué? Porque hay muchas más posibilidades de que lo hagan bien.

Gabriel Echávarri se ha cargado esa teoría. Alperi ambicionaba cualquier cargo que se le pusiera a tiro, y Castedo resolvió que pasar del área de Prensa del Ayuntamiento a concejala, y de ahí a sucesora natural de la Alcaldía no era mala cosa.

El todavía primer edil de Alicante estaba tan a gustito como diputado en el Congreso. Años antes, su ambición era tan poca como que iba para senador con Unión Valenciana. Imaginen. En el Congreso, decía, se hizo amigo de Pedro Sánchez. Portavoz socialista de Justicia llegó a ser. Interpelaba a Gallardón, jugaba en la Villa y Corte, se imaginaba un futuro dentro de la partida de modo llevadero y discreto. Hasta que en la agrupación socialista de Alicante, Roque Moreno deja la Secretaría General, se crea una gestora y toca elegir sustituto.

Jamás lo ambicionó, pero ahí estaba: jefe del partido. La tradición liga este cargo a la candidatura más importante de lo que sea. Y va y sale alcalde. Tomó la vara que nunca había pensado adueñarse y en menos de tres años ha echado por tierra todo el argumentario de Huxley. Pero claro, en el onirismo de ciencia ficción del británico no aparece el personaje clave: el que convierte en jefe al que nunca soñó con serlo. Aquí se llama Ángel Franco.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats