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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Haces bien

En la mesa de al lado, frente a un café con leche y unos churros, un hombre de bata blanca le cuenta a otro con idéntica indumentaria que ha soñado con el diablo.

-Me incitaba -añade- a pedir un préstamo para comprar un coche de alta gama en vez del Dacia.

Son las nueve de la mañana y nos hallamos en la cafetería de un hospital, rodeados de personal médico y parientes de enfermos que han pasado la noche junto a la cama, en un sillón de orejas. Suena raro oír hablar de préstamos en esta atmósfera.

-¿Y si luego no puedes devolverlo?- pregunta el interlocutor.

-El diablo me ha dicho en el sueño que Dios proveerá.

Esa frase, «Dios proveerá», era el latiguillo de mi padre frente a la escasez. Cada vez que tenía un nuevo hijo exclamaba: Dios proveerá. Así tuvo hasta nueve, de los que yo soy el cuarto por arriba, pero Dios no siempre proveía. Al escuchar la conversación de la mesa de al lado, me pregunto si sería también el diablo el que inducía a mi padre a meterse en gastos excesivos para sus fuerzas. El diablo, según nos explicaban en el colegio, adoptaba muchas formas. El diablo, ahora, es el capitalismo desatado, dispuesto a concederte un crédito en 15 segundos y sin apenas papeleo. Un crédito contra tu coche, contra tu microondas, contra tu cama de matrimonio, contra tu vivienda. Contra tu vida, en fin.

Hay anuncios de créditos rápidos por doquier. Hasta en las farolas y en los árboles de mi calle. Y el diablo siempre te dice que no te apures, pues Dios proveerá. Esta utilización de Dios por parte del diablo resulta diabólica, vaya la redundancia. Hay refranes que han hecho mucho daño a la humanidad. Si no a la humanidad en su conjunto, a mi familia al menos. En esto, el hombre de la bata blanca que ha soñado con Satán, adelanta un poco la mandíbula y exclama:

-¿Sabes que te digo? Que lo voy a pedir. El préstamo, lo voy a pedir. Dios proveerá. No compares las prestaciones de un Dacia con las de un BMW.

-Haces bien- señala su interlocutor.

Por mi parte, pago la cuenta y bajo a la habitación de mi enfermo.

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