«Te llamas corazón que me entiende sin que yo lo sospeche»

La destrucción o el amor

( Vicente Aleixandre )

Terminé de leer hace unos días el conjunto de recuerdos que Fernando Delgado ha reunido en su nuevo libro sobre buena parte de los poetas y novelistas españoles que tuvieron que vivir en el exilio -interior y exterior- durante la dictadura franquista. Me refiero a Mirador de Velintonia. De un exilio a otro (1970-1982) en el que hace Delgado una serie de retratos de los principales protagonistas de la cultura española que tuvo oportunidad de conocer en los últimos años del franquismo y primeros años de la entonces joven democracia española. Y esto fue así porque la casi totalidad de ellos y ellas acudían a visitar a Vicente Aleixandre en su conocida casa de dos pisos con jardín de la antigua calle Velintonia de Madrid (hoy calle de Vicente Aleixandre) donde el galardonado con el premio Nobel de Literatura de 1977 vivió la mayor parte de su vida y de la que apenas salió en los últimos años debido a su enfermedad renal.

Hace unos quince años aproveché un viaje a Madrid para visitar Velintonia, nombre con la que se conoce la casa de Vicente Aleixandre. Aquellos que somos víctimas del fetichismo literario no dudamos en hacer los kilómetros que hagan falta con el único motivo de pasar unos minutos en lugares más o menos conocidos en los que nuestros escritores favoritos o algún personaje histórico también estuvieron. Cuando visitamos estos lugares solemos quedarnos paralizados por toda la cantidad de lecturas y datos que de repente emergen de nuestra memoria. Aparqué muy cerca de la puerta de entrada y apoyado en uno de los laterales de mi coche me imaginé a Luis Cernuda, a Miguel Hernández o Federico García Lorca entrando en Velintonia por la puerta del jardín que estaba a un par de metros de mí.

Resulta sorprendente que Velintonia, que en la actualidad está a la venta, no haya sido transformada por algún arquitecto moderno en una especie de garaje futurista, que tan de moda están ahora, tirando para ello la mayor parte de los tabiques en que se divide y convirtiendo sus paredes exteriores en grandes ventanales. Desde esta tribuna propugnamos que pase a ser de dominio público siendo incluida en la red de museos estatales o se la dé algún fin concreto como, por ejemplo, constituirse como sede de la Fundación Juan Negrín en Madrid.

Al observar la casa de Vicente Aleixandre tuve la misma sensación que he tenido al visitar otras que pertenecieron a mis escritores favoritos. Las que en otro tiempo eran casas de campo de cierta opulencia y esplendorosos jardines parece que hubiesen empequeñecido con el paso del tiempo, como si el transcurso de la vida engrandeciera el recuerdo de sus dueños pero al mismo tiempo redujera, poco a poco, los lugares que habitaron. Cada vez que he visitado La Huerta de San Vicente, casa familiar de veraneo de los García Lorca en Granada, me ha parecido que su tamaño era menor desde la última vez como si las puertas, las ventanas y la altura del tejado hubiesen disminuido desde mi última visita. La misma sensación tuve con la de Miguel Hernández.

La memoria de Fernando Delgado gira en este libro suyo alrededor de la figura de Vicente Aleixandre y muy en especial sobre Velintonia. A partir de figuras decisivas para la literatura española del siglo XX que siguió escribiendo a pesar del franquismo y que visitaban a Aleixandre, traza Delgado el retrato de una época que con el paso del tiempo hemos aprendido a valorar y a entender mejor. Humaniza Fernando Delgado a los poetas y a los escritores a los que trató contándonos las cotidianidad de sus vidas, con sus aciertos y sus pequeñas miserias, y lo que encontramos es que como norma general hubo entre ellos una gran generosidad y camaradería. Frente a un poder que propugnaba la pillería y la corrupción, una parte de los españoles antepusieron la fraternidad. A fin de cuentas la negrura de la dictadura trató de apoderarse del día a día de una sociedad que aunque luchó por desprenderse de la gazmoñería del franquismo, y de la gran parte de los miembros de la Iglesia Católica que lo apoyó, no pudo evitar que gravitase alrededor de sus vidas.

Aunque la dictadura trató de acallar la libertad que trajo la República de 1936, los intelectuales que se quedaron y los que se exiliaron pero terminaron por volver crearon en el Madrid pre democrático una vida paralela en bares, cafeterías y en las casas de algunos de ellos. Y en medio de aquellas idas y venidas se encontraba Velintonia como espacio de libertad en el que se hablaba de literatura y de política y en el que se ejercía, a veces, una inevitable nostalgia, más bien el recuerdo sin rencor, de lo que vendría con la llegada de la democracia.

«Estoy seguro de que llegará una década de libertad, de máxima libertad» dijo Vicente Aleixandre cuando esa libertad a la que se refería parecía muy lejana.