No se trata de pasar desapercibido para los demás mortales, que hay quien lo persigue desde la sombra, sino de ser lo suficientemente conocido para que el ego se engrandezca y cubra las expectativas de una persona. Para muchos lo más desagradable y, en ocasiones desesperante, es ser ninguneado por el resto, como si su existencia no fuera real, aun persiguiendo todo lo contrario. La existencia proyectada hacia afuera, no siempre se consigue como cada cual tiene previsto y esto acarrea más de una decepción.

Hasta hace relativamente poco tiempo sabíamos que la lucha por la popularidad y la preocupación interna por la imagen pública, se desarrollaba hacia los nueve o diez años de edad, pero recientemente estudios científicos llevados a cabo por dos universidades americanas han concluido que comienza bastante antes, concretamente hacia los cinco años, una edad que en principio podríamos considerar muy precoz para estas cuestiones tan sofisticadas del comportamiento humano.

La construcción de la propia identidad está íntimamente unida con la configuración final de la personalidad, que hasta ahora se encontraba entre los siete u ocho años. Tenemos que ser muy conscientes de que si el «qué dirán» está apareciendo tan precozmente, será porque algo tendrá que ver el mundo adulto en todo este tema. Los adultos de referencia de los pequeños son los primeros que ponen en valor la gran dimensión que tiene la percepción de los demás sobre nosotros mismos.

Posiblemente uno de los canales de mayor influencia, antes o después del mundo adulto, se apoya en las series de televisión, que de una forma sistemática y contundente recrean la popularidad en todo tipo de contextos. Los más usuales y reiterantes son los centros de enseñanza, donde se generan circuitos de amor-odio entre los más jóvenes que se traducen en índices de popularidad o impopularidad que son capaces de marcar toda la vida. Ser popular en el colegio o el instituto se convierte en una obsesión y su fracaso en un infierno.

No deja de ser contradictorio el hecho de que los jóvenes se muestren en las redes sociales y en internet de una forma descontextualizada, subiendo material íntimo que en cualquier momento se puede volver en su contra. El ansia desmedida de buscar la popularidad puede llevarlos a posicionarse en las redes de una forma irracional, violenta o provocadora algo que les puede acarrear consecuencias nefastas a corto, medio y largo plazo. Tenemos una asignatura pendiente con las nuevas tecnologías que nos están pasando una factura demasiado elevada. Nuestra obligación social es investigar para dar soluciones a estos fenómenos que pueden arruinar nuestro futuro.