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Recetas para una victoria aplastante

Los mimbres del auténtico fraude ruso

Pese a las 2.800 irregularidades denunciadas en los comicios del domingo, resulta pueril atribuir la victoria de Putin a un fraude en las urnas. El pucherazo es obra de improvisadores a los que la cita electoral pilla con los deberes mal hechos. Y el gélido Putin, desde mucho antes de acceder en 1999 a la jefatura del Gobierno por primera vez, parece cualquier cosa menos un improvisador.

El fraude en Rusia, que lo hay, claro, antecede a las citas electorales y se basa en un metódico control de los medios de comunicación, en particular los televisivos, y en la anulación, concíbase el sustantivo en toda su gradación, de los rivales estimados peligrosos. De ahí dos características de la cita del domingo. En primer lugar, Navalni, el opositor que había forjado sus poderes al margen de los medios tradicionales -en la calle y en las redes sociales- fue inhabilitado. En segundo lugar, los principales rivales de Putin, el comunista Grudinin y el ultranacionalista Jirinovski, desprenden el inocuo tufo a naftalina de productos para nostálgicos. Sobre este territorio metódicamente arrasado, Putin y sus 50 oligarcas de cá- mara han ido construyendo desde hace dos décadas una épica de la grandeza salpicada de conflictos bé- licos.

En 2018, la epopeya suma ya tantos capítulos vivos -Chechenia, Crimea, Ucrania, Siria, las sanciones occidentales, el espía Skripal- que el comandante en jefe que proclama a Rusia en guerra y asediada, ha logrado su mayor triunfo electoral y, de concluir su cuarto mandato, sólo habrán gobernado más años que él Stalin y Alejandro II. Putin asegura que cumplirá la ley y no se perpetuará en el poder, aunque es probable que ni siquiera él mismo sepa si miente. Todo dependerá de que halle un sucesor capaz de alimentar la epopeya de la neoautocracia. De momento, sus primeras declaraciones delatan el plácido relajo del vencedor: ayer, al abrir la boca, anunció una caída del gasto militar ruso.

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