"¡Esa negra de mierda tiene que morir!", me grita un niño de 12 años en medio de una charla sobre discriminación. Estábamos hablando sobre la discriminación por nuestro aspecto cuando de repente dice esa frase. El resto del grupo enseguida lo secunda, están hablando sobre el caso del niño Gabriel y están muy sensibles con el tema. Explico que el color de piel no tiene nada que ver, de hecho estaban de acuerdo hacía diez minutos, pero ante este caso concreto ya no lo tienen tan claro y su color de piel es lo que más les importa, porque dicen que en casa es lo que les han dicho: "¡Esa negra de mierda tiene que morir!".

Es uno de los ejemplos más impactantes que me he encontrado en talleres de sensibilización con diferentes edades, pero no el único. Desde el alumno que me cuenta que en casa dicen que los negros vienen a raptar niños para vender sus órganos, hasta el que expresa que las mujeres y menores que proceden de países en guerra pueden venir, pero que allí deben quedarse los hombres para defender sus casas. "¿Qué casas?" -le pregunto yo-, ante la pregunta el niño no sabe qué contestar, pues solo repite lo que oye de sus mayores. Otro de los más recientes fue en una clase donde los niños exponían que querían jugar con sus compañeras, pero no podían porque sus padres les habían dicho que no jugaran con "las moras".

A diferencia de la mayoría de adultos que cuando oímos algo tendemos a cuestionarlo, nuestras personitas más pequeñas no lo hacen, porque su papá, su mamá, su abuela, su vecino€ no le mentiría nunca. Esas frases que a menudo se escapan ante la televisión, producto de un enfado momentáneo, entre los adultos quedan y pasan, pero para los pequeños que están ávidos por aprender e imitar a sus mayores, las absorben y repiten.

Estamos viviendo tiempos convulsos donde la violencia predomina en los actos que nos rodean. Pero a veces se fomentan esos actos de la manera más inocente, olvidando el poder que tienen nuestras palabras en las personas que están a nuestro alrededor. Y si, además, esas personas son nuestras generaciones futuras quizá deberíamos pensar antes de hablar y no fomentar que nuestras sobrinas, hijos, nietas, vecinas,€ normalicen el racismo, la muerte y la violencia. Porque eso es lo que creerán como válido cuando crezcan.

Por ello, aunque el día 21 de marzo sea el día Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, yo invito a que ese día lo sean todos los días del año.