Revoluciones, cincuenta años de rebeldía (1968-2018) es el libro que ha publicado recientemente el periodista y economista Joaquín Estefanía. Este es precisamente el contexto biográfico de muchos de aquellos que estos días se están manifestando contra el desmantelamiento de las pensiones, pero también contra el destino marcado por la herencia para las generaciones venideras que no predice más que precariedad e inestabilidad, y ante la que la juventud se convierte en una nueva clase social, la más pobre y vulnerable. Y todo esto a pesar de que en estos cincuenta años de historia se han producido movimientos sociales sin parangón como el Mayo del 68, los movimientos antiglobalización, contra el cambio climático o los más recientes movimientos contestatarios, como el 15-M o el 8-M que exigen mayor participación, nuevas formas de representación política, etc. Pero, como el propio autor dice en sus primeras letras, «cada herejía, tiene su apostasía». Es decir, a toda revolución, se le opone una contrarrevolución, «a cada avance progresista, una revolución conservadora», como los movimientos políticos neocon de los 80 y neoliberales de los 90 que no se dejan ver precisamente en protestas de calle. El balance total lo pueden hacer ustedes mismos. El resultado, a su alrededor.

El autor habló en una entrevista de la «democracia instrumental», que podríamos definir como esa democracia que practica una parte de la sociedad en interés únicamente propio, como instrumento para alcanzar sus propios intereses y que podría acomodarse perfectamente a otros sistemas en otras circunstancias, porque ese carácter democrático no está ni arraigado ni interiorizado en la propia conciencia como forma de organización social, punto común y columna vertebral de las ideologías mayoritarias. Todo se convierte en instrumento para alcanzar los intereses particulares.

En este sentido, hablamos hace unas semanas de Ilicitanos por Elche como ejemplo de partido instrumentalizado, ejemplo de la privatización del espacio público. Quizá lo más significativo de esta instrumentalización de los nuevos partidos políticos sea precisamente el carácter sintomático de la decadencia democrática como agotamiento de las funciones propias que la misma democracia asignó a sus instituciones y entidades de interés público para promover la participación en la vida democrática, convertidas en entidades casi privadas para el interés personal. La diferencia entre estos partidos de «marca blanca» y los tradicionales es que mientras los segundos se crearon con esa visión pública y existe todavía dentro de ellos ciertas luchas por evitar su decadencia, las marcas blancas son un producto nuevo creado ya bajo una premisa puramente privada.

Hay quien en lugar de comprarse un barco o un equipo de fútbol se compra un partido político. En estos casos, como el Partido de Elche, el primer síntoma es la pretendida falta de cualquier ideología que, como los populismos, busca presentarse puro y libre de cualquier mácula, negando incluso su propia naturaleza, presentándose como la alternativa a los partidos tradicionales. Este partido, por ejemplo, pretende la «gestión sobre la ideología» que recuerda a otros partidos populistas como el Frente Nacional francés de Marie Le Pen cuando declara la muerte de las ideologías. Algo tan absurdo como decir que vamos a gestionar un municipio, pero sin pensar previamente en qué visión de la sociedad tenemos, qué buscamos y cómo se pretende concretar esas visiones en la gestión de los recursos públicos.

Esta fingida ausencia de ideología la comparten Ilicitanos por Elche o Partido de Elche, que representan la marca blanca de los partidos conservadores porque ofrecen su adhesión al interés particular sin ofrecer una respuesta social o colectiva. Hay otros partidos que simplemente se declaran de centro, aunque la realidad les contradiga sistemáticamente, como a Ciudadanos. Aunque la fórmula de los partidos independientes ha tenido un largo y productivo recorrido social en muchos municipios, no es el caso de Elche hasta ahora, ya que los partidos independientes de ámbito local no es que no tengan ideología, sino que son independientes orgánica e instrumentalmente de partidos de ámbito mayor y se centran en la política local, pero la diferencia está en que para que fueran independientes y efectivos deberían haber nacido como voluntad de una colectividad más o menos amplia que compartiera un mínimo común ideológico. En estos casos, estamos ante el modelo de partido de Jesús Gil o Ruiz-Mateos, partidos políticamente irrelevantes, creados como instrumentos privados para saciar aspiraciones personales, que sólo esperan convertirse en bisagra hacia el gobierno para alcanzar la mayor cuota de poder. Esta es su ideología, para la mayor gloria de su fundador y su santo nombre.