Nunca me gustó elogiar a una persona cuando ya se ha ido. La mayoría de las veces, la muerte lo tergiversa todo; ya saben que todos somos unos santos una vez fallecidos. Manolo Pamies tenía dos defectos: por un lado, era un gran periodista, de los de antes, sin estudios universitarios, pero que día a día te daba una soberana lección de lo que es y significa esta bendita y odiada profesión; por el otro, ante todo, una buena persona, entrañable, cercana, que sabía comprender tus defectos y siempre te ayudaba o te deba ánimos cuando llegaban curvas muy cerradas.

Lo conocí hace más de 31 años y durante décadas hemos compartido una relación muy estrecha, que más que laboral, fue de amistad. Pero no ha sido ningún mérito mío, para nada. Ser amigo de Manolo era fácil. Todos en la redacción de INFORMACIÓN lo éramos, porque siempre estaba en el otro lado del teléfono, porque siempre te daba la clave de una noticia que estabas trabajando y te contaba aquello que no se puedes escribir, pero que te sitúa en la órbita de la información que investigas.

Siempre le admiré por su valentía. En muchas ocasiones me he preguntado cómo una persona tan conocida en el pueblo, que convive puerta con puerta con ediles, alcaldes y políticos locales, era capaz de realizar una crítica tan dura, sin acobardarse, sin tener miedo al poder. Sin duda, para alguno, fue el conserje de colegio más odiado de Torrevieja. Para nosotros fue una joya, un hombre muy respetado en la Redacción. De verdad, todo un ejemplo para los jóvenes.

Atrás quedan nuestros lunes de discusiones futboleras entre un culé y un madridista. Atrás queda nuestra cita pendiente para irnos de pesca -era una de las pasiones de Manolo-, atrás quedan tantos y tantos años de trabajo y de complicidad. Manolo, dejas un gran legado, dejas a tu hijo David Pamies, probablemente de los mejores periodistas de esta provincia, y dejas a un amigo con el que tarde o temprano te irás de pesca por esa querida bahía de Torrevieja. Hasta siempre amigo.