Siempre tuve con Manuel Pamies un privilegio: leía días antes la columna que se publicaba los domingos: A Sotavento, y siempre me felicitaba en voz baja por haber dado a este periodista, tras su jubilación, un espacio para seguir haciendo aquello que tan bien sabía y necesitábamos: reflejar la realidad de Torrevieja con la distancia que no da el día a día y hacerlo con argumentos y templanza. Me maravillaba de lo bien que alguien puede reflejar el pulso de una ciudad y sacar punta a cualquier hecho. Y lo hacía porque se conocía a todos los personajes como nadie. El viernes, después de leer su titular: «Un lugar mejor», me dio el pálpito que nos dejaba. En ella no encontré ni una referencia que me hiciera desistir de ello. No la enlazaba, como era costumbre, con nada. ¿Un lugar mejor? ¿El que desea? ¿El que nos deja?. Hasta la última frase: «Parece que estuviéramos esperando a abrir la ventana una mañana y que así, de repente, nos haya llegado la primavera» me pareció su epitafio, una última lección: No esperes nada, ve a por ello, lucha.

Escribió esta tribuna antes de someterse a una operación el jueves y, cumplidor de sus obligaciones, esperó a que saliera, fresca aún la tinta de la rotativa y se colgara en la web, para expirar. Fue su último servicio a los lectores de INFORMACIÓN.

Manolo tenía una voz poderosa que daba credibilidad a todo lo que decía. Amante del mar, de la vida y de su familia, de madrugar para ver salir el sol, de fumarse un pitillo, de pasarse cada mañana por la Lonja y de ahí al periódico, sabía exprimir como nadie las horas del día. Hombre de sonrisa fácil, que siempre tenía una frase sabia para cualquier momento, aficionado culé hasta la médula y sempiterno conversador de barra de bar, entendí de dónde sacó la fuerza para vencer a aquellos que por poder y durante años quisieron hacerle daño y trataron de aislarlo, en lo profesional y en lo personal, por únicamente hacer su trabajo -muy bien su trabajo-. Su fuerza era la razón. Y en ella tenía una fe inquebrantable.

Era un hombre más que de anécdotas de enseñanzas y reflexiones. No me resisto a contarles una que tuvo con una pareja joven de la Guardia Civil que le dio el alto mientras conducía. Manolo, que como saben iba con bastones, a los que odiaba tanto como necesitaba, aquel día, para buscar los papeles del coche tuvo que echarse al asfalto porque no se tenía en pie sin ellos. No lo multaron porque aquellos guardias no tenían motivo ni siquiera para pararlo. Y me contó que la única razón que encontró para lo que había pasado estaba en esa gorra que llevaba, que formaba parte de él, coronada con una bandera republicana. Y fue eso porque un agente se lo espetó. La recuerdo por la tristeza que me embargó, como a él. Aquello pasó hace siete años y, por una vez, no iba a escribirla.

Me ha costado mucho juntar estas líneas porque antes de hacerlo he leído el obituario que ha hecho mi compañero Rubén, que es mucho mejor y refleja fielmente su memoria y quién ha sido en el sentir colectivo de su Torrevieja de la que, también, en muchos aspectos fue su cronista. Y mientras buscaba una idea pensaba que Miguel Ángel, Elisa o Eduardo, compañeros que también convivieron con este gran periodista y mejor persona, lo habrían hecho igual de bien que Rubén porque, al fin y al cabo, Manolo fue en muchos aspectos su profesor. Se ha ido pero nos ha dejado a su mejor cuña, a David.

Hasta que amanezca Manolo, en un lugar mejor.