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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

El fantasma del salón azul

Pepe Lassaletta me decía a veces, mientras compartíamos un dedito de güisqui a horas intempestivas en su despacho, que en el Ayuntamiento había fantasmas. Entre que nunca me ha gustado el brebaje escocés y lo trasegaba en aras de la sociabilidad y por no hacerle un feo al alcalde -con perjuicio de mi capacidad de raciocinio- y que Pepe era muy suyo, y no tenías claro si con fantasmas se refería a los funcionarios que odiaba o a alguno de los «puercos nacionales» que le hacían la vida imposible, tampoco le daba demasiada importancia. Hasta que un día me lo encontré como alma en pena por el Salón Azul, intentando ?sin éxito- salir reflejado en los azogues del espejo; una sombra en un edificio consistorial vacío, en el que guardaban el fuerte el bedel Justo, siempre tan señor, y el chófer José Luis, otro tanto.

A día de hoy se me mezclan fantasmas reales y espectros, con lo que no puedo testificar que aquello que vi fuera real, pero el Salón Azul tiene todas las papeletas para albergar espíritus. De hecho el sillón de la mesa de despacho de mi casa, en el que escribo estos desahogos, fue en su día uno de los muebles con que se adornó el Salón cuando se convirtió en dormitorio de la reina Isabel II en su visita en 1858 a Alicante. Como no había hoteles de categoría y el municipio estaba para pocos despilfarros, se rogó a las familias acomodadas que prestaran algunos muebles, y entre ellos estaba mi modesto sillón, que ciento y pico de años después compré en un palacete de Benimagrell para rescatarlo del abandono y la pena.

Sé que les importa un bledo la peripecia de mi sillón, pero escuchen un detalle: los gatos son médiums naturales y el primero, Lucas, no sólo tenía fijación con arrecostarse en él sino que lo eligió para morir y aún no sé cómo consiguió trepar en su última hora porque no tenía ya fuerzas para nada, y el segundo, Aramis, en cuanto puede se sube y también lo mira como si albergara un fantasma, cuando el único fantasma que conozco es su dueño actual. En todo caso, a mí nunca me ha molestado y, si existe, debe ser un fantasma acogedor que se vino del Salón Azul huyendo del otro.

Habría que preguntar al entonces Manolito y hoy honorable conseller, que residió muchos años al lado del Salón Azul, si da testimonio de su presencia, o a Perea, que si se lo tropezó es seguro que discutiría con él de lo divino y lo humano, que José María es asaz preguntón y no se conformaría con un no por respuesta. Y ya puestos tengo dudas de si el que tocaba el piano era Cremades o el fantasma -que es culto e instruido- y poseía brevemente al concejal mientras interpretaba a Chopin.

De lo que no hay dudas es que el fantasma existe y da muestras a menudo de su intervención en la vida municipal, si bien debe ser de clase alta y sólo interactúa contra los alcaldes y alcaldesas, dejando a la plebe a salvo de sus maquinaciones. Prueba de ello es que ni el propio Lassaletta se libró de él. Estoy convencido de que fue el fantasma del Salón Azul el que chinchó a Clara y a Valenzuela para que le arreasen sendos tortazos, porque no hay otra forma de explicar cómo las cosas se pueden ir tanto de madre entre compañeros de partido que, si bien no eran íntimos, ni mucho menos, tampoco aparentaban complacerse en reyertas tabernarias.

Dudo sobre si Luna se libró de sus acechanzas, pero desde luego Alperi, Castedo y Echávarri han sido poseídos, porque no hay otra forma de calificar el cambio que sufrieron, por lo menos los dos primeros, al tercero no tenía el gusto de conocerle antes de que le dieran el bastón. Estoy seguro que el espíritu burlón del Salón Azul, cansado de no encontrar otro Cremades que interpretase por él a Bach, prefirió meterse en el cuerpo de los alcaldes y salir con ellos a hacer chanchullos (presuntos chanchullos, habría que decir). De Castedo y de Alperi no me cabe ninguna duda de que fueron arrastrados al lado oscuro de la Fuerza por el fantasma del Salón Azul, mientras que no sé si Echávarri tuvo el mismo asesor fantasmal o eran otros los aconsejantes.

Aunque ahora que lo pienso, puede ser que el fantasma del Salón Azul tenga sangre real y por tanto no le valga un cuerpo que no esté tocado por la realeza. Rey en Alicante sólo conozco uno, que responde al nombre de Enrique I y quizá, sólo quizá, el espíritu decidió poseerle una tarde que se presentó en el Ayuntamiento preguntando ¿qué hay de lo mío? El resto sería historia. Respecto de Echávarri, puede, sólo puede, que el fantasma se confundiera y creyera erróneamente que alguien apellidado Franco fuera el mismo que reinó absolutamente en España cuarenta años, porque más rey que Franco es difícil encontrar. Tengo el pálpito de que abandonó el cuerpo de un rey para poseer el de un caudillo y continuar así una tradición de décadas.

La explicación más simple suele ser la real, para nada me creo que sea casual que los alcaldes de Alicante acaben siempre de igual forma, dimitiendo antes de sentarse en el banquillo. Está claro que el culpable es el fantasma; Iker Jiménez tiene una mina en el Salón Azul, no sé cómo no empieza ahora mismo a buscar psicofonías.

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