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Jesús Javier Prado

Oído, visto, leído

Jesús Javier Prado

Cuando el mal explota

Si uno ha tenido suerte, durante gran parte de su infancia un crío vive pensando que el mundo tiene un orden claro, y las cosas y los hechos que suceden, un sentido final siempre bondadoso y bienaventurado. El Mal, con mayúsculas, no existe. Salvo que no tengas tanta suerte y lo descubras de manera descarnada: como cuenta el protagonista de El patio (Fuera/ fuera de mi casa/ tú no eres mi amigo/ suéltame las manos/ sólo soy un niño/ con los pies descalzos), la estupenda canción de Pablo López, que es uno de los éxitos de este año; o el pianista británico James Rhodes, que colabora esta temporada con Javier del Pino en A vivir, que son dos días, víctima de repetidos abusos sexuales en su infancia por parte de un profesor, y que dice de manera brutalmente sincera que su infancia fue fucking miserable (jodidamente miserable), y aún tiene que luchar todos los días contra ella. O Manuel Vilas, que cuenta en su libro Ordesa (otra de las sensaciones de este curso) sus crudas reflexiones sobre el mito de la niñez y sus recuerdos, y las relaciones que se establecen con los padres.

Sin llegar a esa crudeza empírica tan dura, a todos nos pasa algún día en la infancia que sucede algo (una muerte trágica de un familiar cercano, unos cafres en el colegio que no te dejan vivir, el despido de tu padre de su empresa de toda la vida?) que te hace darte cuenta que el mundo perfecto, lo que se dice perfecto, no es, ni siempre todo tiene un orden tan claro ni las cosas un sentido siempre bondadoso. Más bien al contrario: uno pronto ve tambalearse ese mundo que creía tan seguro y empieza a intuir el caos en el que se maneja, las injusticias que puedes padecer (y provocar), el poder de las malditas casualidades, y que estamos igual de lejos que cerca de que la tragedia nos toque de lleno y nos explote en la cara cualquier día, cualquier hora, por cualquier motivo o azar.

El estupor por el asesinato de Gabriel, incomprensible e inasumible, de la peor de las maneras posibles nos recuerda (en el primer mundo, en el tercero están más que acostumbrados: en 2017 han muerto en Siria casi 1.000 niños -tres al día- debido a la guerra, que ya va por su octavo año. Lo oí el otro día por la radio, mientras iba conduciendo tranquilamente. No le presté apenas atención, pero me quedé con el dato...) que el mal existe, que está ahí fuera, de manera perenne, esperando su momento y siempre dispuesto a actuar. Tras el dolor y el vacío que siempre dejan sucesos como el del fin de semana pasado ocurrido en Almería, imposible no estremecerse ante el sufrimiento de los padres y la entereza que han mostrado. Quizá a los demás solo nos quede agarrarnos a lo que le dice un Mathew McConaughey moribundo a su compañero Woody Harrelson en la emocionante escena final de True detective: «la historia y la batalla de la vida es sólo una, y siempre la misma: la de la luz frente a la oscuridad. Y tenemos que hacer que gane la luz». No sabemos si la madre de Gabriel habrá visto la serie, pero ni falta que le hace.

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