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Antonio Sempere

El teleadicto

Antonio Sempere

Dicho y mal hecho

Hala, muy bien. Un nuevo programa de humor en hora de máxima audiencia, y en La 1. Y con humoristas de primer nivel. Anabel Alonso y José Corbacho son una garantía. Ella hace de jefa, de reina madre, de mente pensante. Él, el ayudante, el adulador, algo así como el mamporrero que se codea con el pueblo, o sea, con los concursantes, o sea, Pablo Carbonell, David Fernández, Elena Furiase, Goizalde Núñez, Leonor Lavado, y Secun de la Rosa -esta semana han sido otros-. Sobre una serie de pruebas pensadas para revolcar a la audiencia de la risa con su audacia, surrealismo, con su imaginación e hilaridad, arman el programa. La cosa se llama Dicho y hecho, pero... Pero no acaba de arrancar. En el teatro donde se ha grabado parece que se oyen muchas risas, incluso Anabel Alonso está todo el rato partiéndose el lomo con ese tipo de humor que pretende tener doble sentido, como si el feminismo fuese la posibilidad de humillar al hombre, lo que degenera en una cosa rancia y sin chiste.

Cuando en la pantalla se ríen todos pero en casa te quedas con cara de alpargata, malo. Eso pasa con Dicho y hecho -apenas un 5% de audiencia, vamos, un fracaso de La 1 y de Secuoya, la productora-. ¿Saben qué pasa? Que Dicho y hecho, que debiera ser ágil, puro nervio, eléctrico, gamberro, resulta lento, pesado, sin chispa, un quiero y no puedo, hilvanado con un humor antiguo, superado, con un guión que suena a teatro caduco, de una simpleza agotadora, en fin, un fiasco.

No sé si en próximas entregas, Dicho y hecho refrescará sus parlamentos, conseguirá hacerse atractivo. Me temo que no. El comienzo fue nefasto, y no tiene pinta de cambiar. El viernes tampoco será un gran día para La 1.

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