El debate nacional, si es que se le puede llamar así, sobre las pensiones fue muy decepcionante. Al margen de mentiras, medias verdades e imprecisiones, lo que ha quedado claro es que la situación de la Seguridad Social, y con ello la caja de las pensiones, es de quiebra, que la tercera pata del estado de bienestar español, con la educación y la sanidad, se ha venido abajo sin que nadie se responsabilice de tan pésima gestión y desaguisado. Es un insulto a la inteligencia escuchar del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que hay en la Seguridad Social equilibrio financiero cuando el pasado año se registró un déficit de 19.000 millones de euros, un récord histórico que con certeza se verá ampliamente superado este año. La mayor longevidad de la población unido al rescate a los bancos, la precariedad laboral y la falta de previsión de los gestores políticos nos ha llevado al punto de frustración en el que estamos, consecuencia de una gestión económica en la última década que se ha traducido en unas abrumadoras cifras de desempleados, un masivo adelanto de la jubilación por parte de quienes han querido asegurarse la pensión ante el negro futuro que se vislumbra en este campo y una tasa de temporalidad en el empleo que es la segunda más alta en Europa. Solo nos supera Polonia, con un 27,5%, frente al 26,3% en España, mientras la media europea está en torno al 14,2% de temporalidad laboral. Así, difícilmente se puede sostener el sistema de pensiones español y el momento de incertidumbre es tal que quienes son pensionistas hoy están molestos porque se les veja con unas subidas ridículas y quienes trabajan cuestionan la necesidad de seguir contribuyendo al sistema cuando ya es evidente que les espera un futuro de pobres, pese a haber cotizado. Que los ministros no paren de recomendar a estas alturas abrir planes de pensiones es kafkiano porque es admitir que son incapaces de resolver un problema que nos han creado.
