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Luis M. Alonso

El lujo y su significado

La petición a la RAE de algunos empresarios para aliviar conciencias

La palabra "lujo" no gusta a algunos de los que se sienten señalados por ella. La RAE, en vista del descontento, busca una definición más atinada para definir todo aquello que tiene que ver con la pompa. Por decirlo de otra manera, alguien está obligado a estrujarse la mollera para adaptar el vocablo a las malas conciencias. El lujo, realmente, se ha quedado entre Pinto y Valdemoro, y todavía no se ha encontrado un eufemismo para él que alivie la sobrecarga social que lleva. Carlos Falcó, marqués de Griñón y presidente del Círculo Fortuny, es de los que no se encuentran a gusto con las tres acepciones que la RAE reserva a la palabra. Lo simplifica diciendo que para los académicos "el lujo es algo reservado a los ricos". No está mal resumido, hay otros lujos de pobres, aunque menos, pero la definición sigue funcionando. No se puede decir que sea fallida del todo cuando se refiere a la opulencia. El lujo, que sigue existiendo a troche y moche, se ha repartido, por fortuna, gracias al progreso democrático de facilitar el acceso y el conocimiento de las cosas a un mayor número de seres. A Falcó -él mismo lo ha puesto como ejemplo- le gustaría que en su definición la RAE se refiriese a la tortilla de patatas que su hija mayor cocinó con el primer aceite de su cosecha delante de su finca. El aceite del Marqués es un lujo al alcance de muchos, la finca, en cambio, pertenece al sentido tradicional de la palabra que, en comparación, abarca únicamente a unos pocos. Otros empresarios, entre ellos Loewe, también quieren acotar el significado del "lujo", presumiblemente para no dar demasiadas pistas y traficar con él sin tanto remordimiento.

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