No hay países ni sociedades donde más y mejor se defiendan y respeten los derechos de la mujer que en las democracias occidentales. Todavía con defectos, con desigualdades, con todas las injusticias que se siguen cometiendo, con la insoportable violencia contra la mujer, con toda la discriminación que se padece, insisto, no hay países donde más se respeten y defiendan los derechos de la mujer (y los derechos humanos) que en las democracias occidentales. Como publicaba «La Razón», según el mapa de los derechos de la mujer en el mundo recogido por el Instituto Georgetown de Washington en su Informe sobre Mujeres, Paz y Seguridad, son los países de Europa occidental, EE UU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda los que encabezan el ranking de mayor igualdad de género (España en el número 5). Por el contrario, los países africanos, Pakistán, Yemen, Afganistán, Siria y otros países musulmanes, encabezan el ranking del infierno para la mujer. Y los paraísos como la Rusia postcomunista y la China comunista ocupan los puestos 55 y 84. Los feminicidios en Iberoamérica (Bolivia, Ecuador, Colombia?); la tragedia de las ablaciones a niñas en países como la República Islámica de Mauritania o Indonesia; la aterradora constancia de los matrimonios forzados de niñas en África y Asia; la espeluznante cifra de mujeres sometidas a esclavitud sexual, como practican los islamistas del Daesh; ese escenario de horror dibuja el espantoso mapa de la extrema violencia contra la mujer en el mundo.

Ello demuestra la importancia de los regímenes democráticos, de las sociedades libres, en el respeto e igualdad de los derechos de la mujer. Dicho de otro modo: sin democracia, sin libertad, no existen derechos, ni para mujeres ni para hombres. Es el caso de Corea del Norte. Dicho de otro modo: sin el respeto por los derechos humanos aún hay menos respeto por los derechos de la mujer. Es el caso de países de mayoría musulmana, donde se posterga a la mujer a un segundo lugar, a una posición irrelevante, privándole de sus más elementales derechos (forma de vestir, libertad de movimientos, sometimiento real y jurídico al hombre, acceso a los puestos de poder, limitaciones a su participación política, libertad sexual, libertad religiosa, prohibiciones explícitas sobre deporte, ocio, etcétera). Y demuestra, a su vez, que el mapa del horror contra la mujer relatado se concentra precisamente en países y continentes donde la democracia es una simple quimera, la libertad una utopía y la religión una grave losa contra las mujeres. Y no todos son países pobres. Las democracias occidentales tienen todavía un importante camino por recorrer en orden a la igualdad real de los derechos de mujeres y hombres, es cierto, pero ese camino hace ya décadas que se está recorriendo y es irreversible. Los otros países, las otras sociedades, ni tan siquiera han iniciado el primer paso y dudo mucho que les interese.

¿Cuántas mujeres son jueces en Arabia Saudí, Egipto, Irak o Afganistán? En España, más del 53% de los jueces son mujeres, y aunque todavía no ocupan en igualdad los puestos en los más altos tribunales, lo harán en pocos años. ¿Queda camino por recorrer? Sí, pero es irreversible. En España, más de la mitad de los médicos son mujeres; no ocupan todavía los puestos de máxima responsabilidad, pero el camino es irreversible. En España, el 55% de estudiantes matriculados en la universidad son mujeres; todavía hay desigualdad en rectorados y puestos de alta responsabilidad, pero el camino es irreversible. Lo mismo que en el resto de democracias occidentales. Curiosamente, estos países libres se sustentan en el capitalismo, en la economía libre de mercado, en el respeto por la propiedad privada, con los matices y correcciones que devienen de ideologías socialdemócratas o liberales. Y son los más prósperos, los más libres, los que más respetan los derechos de la mujer.

Las manifestaciones del pasado día 8, sobre todo en España, mayoritariamente de mujeres reivindicando sus derechos, han querido ser monopolizadas por una extrema izquierda, por grupos populistas y por un feminismo radical que se erige en custodio sagrado del mundo de la mujer y sus derechos. El manifiesto feminista 8M se atribuía así la representación de todas las mujeres del mundo diciendo que las precedían mujeres que «lucharon en la Guerra Civil»; «que combatieron contra el colonialismo y fueron parte de las luchas antiimperialistas»; arremetiendo contra el capitalismo, contra la «alianza del patriarcado y el capitalismo»; contra el neoliberalismo que destroza nuestro planeta; afirmando que las guerras son producto del capitalismo. Ni una sola referencia a los regímenes comunistas, paraíso de la igualdad mujer-hombre; ni una sola referencia a la mujer en el mundo musulmán, que al parecer ha logrado la igualdad hombre-mujer; ni una sola referencia a los desastres medioambientales producidos en el comunismo soviético y chino, los más graves que se conocen. ¿Así deben pensar todas las mujeres que reivindican sus derechos? ¿Deben ir contra el capitalismo, contra el liberalismo? ¿Deben silenciar el comunismo, el trato a la mujer en los países islámicos?

En cualquier caso, y aplaudiendo el enorme éxito de todas las mujeres en su jornada reivindicativa, no estaría de más recordarle a la UGT, la CNT, CCOO, la CGT, Podemos e IU, entre otros y otras, que sus secretarios generales son todo hombres, ni una sola mujer. Y Pedro Sánchez debería explicar por qué negó su apoyo a que una socialista española, Elena Valenciano, fuera nombrada presidenta del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo. Española y mujer.