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Joaquín Rábago

Pobres contra pobres

Alemania puede ser una gran potencia industrial y exportadora, un país rico que presume además de superávit, pero al mismo tiempo cada vez más desigual y con mayores pozos de pobreza.

Una prueba de ello son las llamadas Tafeln, algo así como bancos de alimentos, de las que existen actualmente cerca de un millar distribuidas por todo el país.

Una de ellas, la de Essen, está de un tiempo a esta parte en el centro de una polémica por su decisión de admitir ya sólo a menesterosos alemanes y rechazar en cambio a nuevos refugiados.

Ello les ha valido todo tipo de acusaciones de racismo e incluso insultos en las redes sociales aunque sus responsables se defienden diciendo que tratan sólo de restablecer un equilibrio después de verse desbordados por tantos inmigrantes como acuden.

De los 600.000 habitantes de esa ciudad de la cuenca del Ruhr, alrededor de 100.000 están acogidos bien al subsidio o mínimo vital para quienes ya han agotado la prestación por desempleo, bien a la cobertura básica para los necesitados de mayor edad.

Pero sólo 1.800 tienen actualmente la tarjeta que les permite acudir al banco local de alimentos, donde reciben ayuda no sólo para ellos, sino para toda la familia. Y en los dos últimos años, la proporción de extranjeros ha pasado de un tercio a tres cuartos.

Se quejan muchos de los que los frecuentan de que los inmigrantes, sobre todo los de Oriente Medio, se saltan la cola y , en el caso de los varones, se comportan además con rudeza sobre todo hacia las mujeres.

En los bancos de otras ciudades se han tomado medidas para evitar esos roces entre gentes de diferente cultura como la de repartir los alimentos en días distintos según se trate de nacionales o extranjeros.

Los bancos de alimentos tienen en cualquier también sus críticos: se argumenta que sólo ayudan a mitigar la pobreza sin atacar sus causas profundas, que son siempre estructurales.

Y es que cada vez hay más necesitados con pasaporte alemán: el número de pensionistas que han de recurrir a esos bancos para sobrevivir se ha duplicado en diez años. Muchos de ellos no pueden costearse siquiera una residencia al final de sus vidas.

Y los jóvenes tienen también cada vez más problemas por culpa de la precariedad laboral y el rápido encarecimiento de los alquileres como consecuencia de la llegada de los buitres de la especulación al mercado de la vivienda.

Como señala el semanario Die Zeit, todo eso tiene muy poco que ver con la apertura de las fronteras a la inmigración. Y mucho, por el contrario, con la liberalización de la economía y las privatizaciones, cuyas consecuencias se dejan sentir ahora.

La oleada incontrolada de inmigrantes, que tanto critican muchos en Alemania y que ha dado alas a la extrema derecha, tan sólo ha contribuido a agudizar el problema, pero la causa profunda es otra. Eso sí, es más fácil enfrentar a unos pobres con otros.

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