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Jesús Javier Prado

Oído, visto, leído

Jesús Javier Prado

Y ahora, ¿qué?

La jornada del 8M ha supuesto un exitazo de tan considerables proporciones, desbordando todas las previsiones, que se impone abrir el angular de las reflexiones. Aquí van algunas de uno de esos hombres que en este asunto a ratos se muestra esperanzado, otras desnortado, y algunas veces hasta defensivo?

La primera es que todos (en masculino plural) deberíamos hacer nuestro particular examen de conciencia sobre si hacemos lo suficiente (social, personal y profesionalmente) para que las mujeres no se sientan minusvaloradas. Más allá de declaraciones de principios voluntaristas que no cuestan nada, y de sentarnos a esperar a que el estado o los políticos propongan soluciones a un asunto que no es sencillo, seguramente todos podemos hacer una análisis facilito, facilito, sobre si en nuestro día a día (personal y profesional) apoyamos a las mujeres y nos corresponsabilizamos con ellas (con hechos reales y constatables) o por el contrario nos mostramos reservones y con el freno de marcha puesto cuando surgen situaciones en las que hay un mínimo riesgo, conflicto o incertidumbre. Como dijo Pepa Bueno en su irreprochable editorial hablado del día previo a la huelga, «el mundo, con las mujeres en marcha, es mejor». Y tiene razón, así que?

La segunda reflexión es que creo que en las convocatorias multitudinarias del jueves (llenas de chicas jóvenes que por primera vez iban a una manifestación) faltaba un grupo de gente: se perdió una oportunidad de oro para incorporar a miles de chicos quinceañeros que viven hoy más confundidos que nunca, atrapados entre la espada -las letras del reguetón, la violencia de los videojuegos o la facilidad de acceso al porno en internet- y la pared -la pujanza que anuncian sus compañeras de pupitre para los próximos años. Si el cambio a mejor ha sido indudable e imparable en los últimos treinta años, habrá que aceptar que -además del esfuerzo de ellas- muchos hombres decidimos en su momento que somos más felices y completos compartiendo, trabajando y discutiendo con las mujeres, de igual a igual. Sin la comprensión clara y a la primera de este asunto por parte de los adolescentes masculinos-en la edad en que se configura la relación con el otro sexo- todo será mucho más difícil.

La tercera es ver cómo van a articular los partidos políticos este asunto. Poco tardaremos en ver propuestas incorporadas a programas electorales que serán complicadas de implementar y darán pie a discusiones y debates con recorrido polémico. ¿Establecimiento de cuotas, medidas de discriminación positiva, comités de evaluación salariales? Eso, añadido al goteo de situaciones diversas, complicadas y poliédricas que se repiten en el día a día en cualquier empresa privada (que es donde está el meollo del asunto) y sobre las que sería necesario aclararse: aquellos (o aquellas) que tenemos responsabilidades en la condiciones de trabajo en las empresas ¿hacemos bien facilitando la concesión de jornadas reducidas a las mujeres que las solicitan o, por el contrario, esto mantiene el statu quo?; ¿Cómo cuadramos la petición de flexibilidad horaria que puede necesitar una mujer-tras una baja de maternidad, o por otros motivos personales- para poder ejercer un puesto de responsabilidad, con la de no ejercer un agravio con el resto de responsables? Son solo dos, pero hay muchas más, cuestiones concretas que se dan todos los días, en empresas a las que se les pide cada vez mayor flexibilidad y rapidez, a la vez que se las carga de normas a cumplir por decreto ley. A ver cómo se torea ese toro?

Y por último: ante las dudas iniciales de muchas mujeres (en parte debido a un manifiesto inicial bastante delirante) el espaldarazo definitivo para el éxito de la convocatoria fue debido, en gran parte, a la implicación de palabra y obra que prácticamente sin excepción han tenido todos los grandes comunicadores de este país: desde Ana Rosa hasta Buenafuente, pasando por Wyoming, Francino, Jorge Javier Vázquez o Mercedes Milá, y acabando por Susana Griso, Ángels Barceló o Pablo Motos, todos y todas, sin excepción, han mostrado machaconamente su apoyo a la causa de la brecha salarial, allá donde ésta se produzca. Pero hay algo que me chirría en ese apoyo sin fisuras de las personas que mueven las grandes audiencias de este país: se muestran muy indignados por una hipotética (es un suponer, me lo estoy inventando) brecha salarial del 12% en el sector del metal, pero parecen no sentirse aludidos por la brecha (sideral y astronómica) que tienen sus salarios de «comunicadores estrella» respecto al de sus subordinados de nómina en la tele, radio o productora correspondiente. A esto podrían responder que «es el mercado, amigo», pero no vale: tener una nómina que multiplica (otro suponer, me lo estoy inventando) por quince, veinte o por treinta la de los compañeros de mesa que te hacen los guiones o que te preparan las entrevistas te imposibilita para según qué cosas. Entre ellas, alguna que otra declaración simplista y esquemática (que también alguna hemos oído estos días) bastante alejada de una realidad diversa, complicada y poliédrica con la que todos (y todas) tenemos que lidiar diariamente. Que brechas, hay muchas?

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