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Tomás Mayoral

Opinión

Tomás Mayoral

Las mujeres y su lucha

No hizo falta que el 8-M paralizara el país. La convocatoria no jugaba realmente en esa liga. La jornada de ayer será recordada por convertirse en una movilización de género de dimensiones desconocidas que logró su objetivo de impactar con una contundencia inesperada en la conciencia social, al tiempo que conseguía colocar en primerísimo plano de las prioridades de esta sociedad un problema que desde hace años amenazaba con convertirse en una reivindicación enquistada e irresoluble, por más justa que fuera. Ese problema es el último vestigio de una sociedad patriarcal que languidece pero ha inoculado su veneno de desigualdad desde la familia en la empresa y la economía. Por eso, con mucha razón, decían ayer en este periódico las directivas de la EUIPO que el primer paso ineludible es la tolerancia cero con la brecha salarial. Hay que admitir que la sociedad ha avanzado, en gran parte porque las mujeres lo han hecho. Pero eso no significa que hayan ocupado realmente la posición que deben tener. Porque esa posición depende solo de ellas y no de lo que alguien, sea mujer u hombre, quiera otorgarles.

Por supuesto, sobra ya que ningún hombre, como de forma francamente desafortunada hicieron ayer algunos compañeros míos de profesión, con bonhomía (el lenguaje aún es machista) no exenta de oportunismo, se dé golpes en el pecho expiando culpas ni aireando machismos reactualizados como forma de dar el "visto bueno" a la realidad de esa discriminación. Es una forma más de ese machismo emboscado. Con que las mujeres crean que esa desigualdad sigue siendo real es suficiente. Por fortuna, no necesitan ya de la aprobación previa de nadie para creerlo, sea padre, marido, hermano o aliado bienpensante.

Dicho esto, sería bueno que ese camino se andara con la idea clara de que no todos los hombres son el enemigo a batir, por mucho que existan, indiscutiblemente, hombres que aún necesitan hacer prevalecer su enfermiza y débil pretensión de liderazgo minusvalorando, humillando e incluso matando a las mujeres. Los hombres también han cambiado y pueden ser excelentes aliados. Hay que llegar al poder para ejercerlo, pero no siempre hay que destronar a alguien para alcanzarlo.

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