En la semana de la mujer quiero revindicar la danza del vientre. La quiero reivindicar porque es sensual, serpenteante, armoniosa, rítmica, sugerente, deliciosa. Son características, en mayor o menor medida de todos los bailes: desde los videoclips de Michael Jackson , a los contorneos de Shakira o la salsa y los agarrados de las fiestas de mi barrio; pero hoy quiero revindicar la danza del vientre. El legado cultural de esta danza raqs sharqi, que se dice en árabe, o traducido danza oriental está en peligro. A diferencia de otros bailes este lo protagonizan solo mujeres.

Será por eso, por protagonizarla solo mujeres, por femenino y feminista por lo que la reivindico. A pesar de que el obispo de San Sebastían, José Ignacio Munilla, haya dicho, sin sonrojo, que el feminismo «radical o de género» tiene como «víctima a la propia mujer y a la verdadera causa femenina». «Es curioso cómo el demonio puede meter un gol desde las propias filas. El feminismo, al haber asumido la ideología de género, se ha hecho una especie de hara kiri, ha afirmado. Afortunadamente la jerarquía ya no manda lo que mandaba, sino las feministas -y quienes las apoyamos- acabarían en la hoguera o ante el Tribunal de la Inquisición. Y menos mal que otro obispo, más en línea con el Papa Francisco, ha confirmado que hasta la Virgen María seguiría la huelga.

«Si nosostras paramos, el mundo se para», y no es un farol de las chicas. Lo vamos a comprobar por todos lados. Yo ya lo he sufrido en mi propia casa. Cuando mi santa esposa se declara de brazos caídos tenemos que recurrir a la pizza o al pollo asado, averiguar dónde se oculta el cubo de fregar, o lucir la camisa sin planchar, por citar algo. Y así sucesivamente. Es archisabido: si ellas se paran, el mundo se para. Porque como demostraba el jueves Isabel Vicente en su documentado reportaje El largo camino hacia la igualdad, la brecha salarial es una realidad que clama al cielo nunca mejor dicho -puenteando al obispo Munilla, claro-; la violencia de género sigue siendo el exponente del machismo prehistórico, no hay otro, y la discriminación social apenas se ha empezado a resolver con las listas de cremallera en lo político; en las empresas siguen marginadas de los puestos de dirección; y en el hogar cargan con los cuidados de mayores y pequeños después de su jornada laboral fuera de casa. Con esta breve tabla reivindicativa, motivos para la huelga sobran. Así que no me extrañaría que el Día Internacional de la Mujer lo declaren festivo en los próximos años, como ya hicieron con el 1 de Mayo para desactivarlo. Será la forma de que no se repita la huelga. La revolución de la mujer fue la mayor revolución del siglo XX, y aunque haya vivido su «18 Brumario» particular, la revolución de las mujeres sigue y es imparable no sólo porque son media humanidad, sino porque trabajan más y mejor. No es dar coba, son datos estadísticos contrastados. Hasta Trump lo va a notar pronto en forma de «marea rosa». Van a ser ellas las que lo tiren.

He empezado añadiendo una reivindicación: la danza del vientre. El motivo es que este mismo mes los tribunales egipcios han condenado a dos años de prisión por «libertinaje e inmoralidad» a Laila Amer, una cantante egipcia que ha colgado en la red un video en el que aparece cantando y bailando danza del vientre de forma «demasiado provocativa». Otra fue condenada por lo mismo a otros dos años. El presidente egipcio, Al Sisi, tiene que demostrar que es más papista que el Papa o, en este caso, más musulmán que los hermanos musulmanes. Y las bailarinas egipcias están siendo perseguidas y condenadas. Perseguidas hasta el extremo, publicaba el lunes La Vanguardia, que si en los años cuarenta «había alrededor de cinco mil bailarinas de danza del vientre, hoy a duras penas hay un centenar», en Egipto.

Reconozco que nos pone nerviosos, deliciosamente nerviosos la sola contemplación de la danza del vientre. Pero me resultan mucho más provocativos y me alteran más obispos como Munilla, militares golpistas como Al Sisi o machistas de presidente como Trump, y ahí siguen. Además, seguro que ni siquiera saben bailar.

No saben lo que se pierden.