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Jorge Fauró

Aquí la T.I.A.

Pocas noticias generan tanta fascinación como las que tienen a un espía de por medio. Rusia, cuyo presidente viene del KGB, mantuvo la tradición tras la desaparición de la URSS. Gracias a ello nos enteramos de los efectos mortales de un elemento con nombre de pariente lejano del pueblo y que siempre nos pasó desapercibido en la tabla periódica, el polonio, que se dio a conocer el día que apareció envenenado un antiguo miembro de la inteligencia de ese país. Su uso no fue casual. Prueba de su eficacia, tiempo después, el líder de Ucrania que amenazaba con plantar cara a Putin sufría deformaciones en el rostro que llevaban la firma del Kremlin. Estos días se habla de un doble agente ruso y de su hija. Él espiaba para el Reino Unido. Ambos se encuentran en estado crítico bajo los efectos de una sustancia desconocida (en las novelas de Ian Fleming, este personaje apenas pasaba de la mitad de la historia).

El caso de las supuestas grabaciones que se habrían practicado en el despacho de la Concejalía de Urbanismo de Alicante nos revela que el mundo del espionaje tiene muchos niveles, no todos tan fascinantes como los mencionados líneas atrás. El aparato de escucha mostrado por la vicealcaldesa, Eva Montesinos, es tan rudimentario que no lo conocen ni en las tiendas de espías. Pegado con celofán en la parte baja de un mueble, resulta que funciona a pilas. A-pi-las. Ni en la Guerra Fría. En la T.I.A. de Mortadelo y Filemón jamás leímos una historia semejante. La cutrez no merma la gravedad del hecho. El alcalde y su antiguo socio de Gobierno, Miguel Ángel Pavón, que ocupó ese despacho, deben responder con claridad a varias preguntas: ¿qué hacía eso ahí y para qué se utilizaba? ¿Por qué se ha ocultado este hecho durante dos meses? ¿Por qué se conoce ahora y a quién beneficia? No hay nombres rusos en esta historia, pero el fin parece el mismo: eliminar o protegerse del enemigo para salvaguardar lo propio. Por fortuna, aquí no hay polonio.

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