Un paciente de 15 años, al que llamaremos Alberto, acude a psicoterapia acompañado de su madre para tratar su adicción a la marihuana. En una de las sesiones, cuando el tratamiento lleva ya dos meses, confiesa que tiene pensamientos extraños y angustiosos desde hace años, incluso antes de comenzar el consumo de marihuana. Según dice: «Por ejemplo, voy en un autobús, y me da por imaginar qué pasaría si tiro mi móvil por la ventanilla contra un coche, o me imagino empujando a una señora. Entonces me da mucho miedo el hecho de que realmente yo sea capaz de hacer algo así, por lo que me siento, y miro al suelo tratando de pensar en otra cosa. Otras veces me asomo al balcón de un piso alto e imagino qué pasaría si salto al vacío».

El psicólogo le propone que informe a su madre de estos pensamientos con el fin de analizar alternativas en conjunto. Al hacerlo, ella guarda silencio por un tiempo, y finalmente dice que también ha experimentado esos mismos miedos durante toda su vida. Según sus palabras, desde que le alcanza la memoria ha sentido mucho miedo, y más cuando nació su hijo. Miedo a que se cayera, a que enfermara, a que sufriera cualquier clase de accidente. Y ha pasado todos estos años obsesivamente pendiente de él, aconsejándole constantemente, previniéndole contra toda clase de posibilidades.

Obviamente, en estas situaciones no existen culpas, pero sí es cierto que, como muchas otras cosas, el miedo se hereda. No somos ajenos al hecho de que el consumo de una sustancia psicoactiva como es la marihuana puede haber incrementado la intensidad de esos pensamientos obsesivos e irracionales en Alberto. Pero, sin duda, el origen de tales miedos se remonta varias generaciones. Los abuelos de Alberto, y seguramente sus bisabuelos padecían la misma sensación angustiosa imaginando terribles accidentes futuros. El miedo a perder a los seres queridos, a que sufrieran, les llevó a censurar o impedir muchas de sus acciones. Probablemente se apoyaron en el dicho popular «Más vale prevenir», y con eso legitimaron su represión. Pero el resultado fue que Alberto creció con una acumulación de ansiedad y miedo que estuvo presente en cada día de su vida, en cada acto. Para rebajar esa tensión, el joven encontró en la marihuana una válvula de escape, al igual que en otras conductas de riesgo de las que posteriormente informó. Era su modo de equilibrar la balanza. Entre el temor y la imprudencia existe un punto intermedio y, quizá, educar en el miedo obstaculice su felicidad.