La huelga de mujeres convocada para este próximo 8 de marzo ya ha tenido un simultáneo doble efecto beneficioso: evidenciar el postureo en que muchas instituciones habían convertido esta fecha reivindicativa y situar las reivindicaciones feministas en la agenda política en un lugar destacado.

«Hechos, no palabras» reclamaba la sufragista inglesa Emmeline Pankhurst, doblemente harta. Harta de buenas palabras, excusas y promesas constantemente aplazadas e incumplidas por parte de los que detentaban el poder respecto de las reivindicaciones que el movimiento sufragista planteaba insistentemente. Y harta también de que las acciones de las sufragistas se limitasen a la palabra que o bien nadie escuchaba y que tan infructuosa se demostraba o que era violentamente reprimida por el gobierno, la acompañaron de piedras y explosivos (sobre bienes materiales, no sobre personas).

Es mucho lo que ya hemos dicho y seguimos diciendo. Que seguimos cobrando menos que los hombres por trabajos de igual valor. Que el número de mujeres con empleo es menor que el de los hombres en la misma situación. Que la temporalidad y la precariedad laborales afectan a las mujeres en mayor porcentaje que a los hombres. Que los obstáculos que encontramos las mujeres para acceder a un empleo o a ascensos en el mismo son mayores que los que tienen los hombres. Que somos nosotras las que renunciamos a nuestras carreras profesionales para dedicarnos al cuidado de las personas dependientes de nuestro entorno familiar. Que estamos hartas de que no se valore nuestro talento y capacidad y se nos juzgue sólo por nuestra imagen personal, poniendo bajo sospecha constante nuestra valía. Que, a pesar de nuestras aportaciones, somos invisibles en el canon científico, cultural y académico. Que queremos una vida libre de violencia porque somos nosotras las asesinadas y agredidas, mientras se nos acusa de denunciar falsamente en nuestro provecho. Que muchos derechos sólo se reconocen en el papel, pues las dificultades en su ejercicio hacen que los mismos sean inexistentes en la práctica. Que otros muchos derechos no sólo no han sido reconocidos, sino que se discute sobre su pertinencia. Que las cuestiones que nos afectan más directamente no son nunca prioritarias.

La lista sería interminable. Y estamos, también como aquellas sufragistas que nos abrieron el camino, doblemente hartas de las palabras. Más de un siglo después, esas piedras y explosivos de las sufragistas se convierten en un llamamiento del movimiento feminista a la huelga general. Ante este hecho ¿cómo responderán quienes desde el poder sólo nos ofrecen palabras? De momento, en este último Consejo de Ministros han aprobado la consabida Declaración institucional con motivo del 8 de marzo, pero siguen sin cumplir con la aprobación del presupuesto al que se habían comprometido en el Pacto de Estado contra a violencia de género?