Estar tan próximos al día 8 de marzo es una buena excusa para reparar en la situación actual de la mujer. Las mujeres nos hemos ido incorporando plenamente a la sociedad, hemos ido ganando de forma gradual cotas de poder y nos hemos equiparado a los hombres en muchos ámbitos a lo largo de las últimas décadas. La educación ha sido una de las grandes conquistas femeninas, que ha hecho que en los últimos cincuenta años las mujeres accediéramos a cursar estudios superiores y saliéramos a trabajar fuera de casa, algo impensable para las nacidas hace un siglo, en su gran mayoría analfabetas. Desde el ámbito legal, la Constitución Española de 1978, hoy injustamente denostada por algunos, supuso una revolución al declarar a todos los españoles iguales ante la ley y prohibir la discriminación por motivo alguno, incluido el género. Hasta ese momento las mujeres eran consideradas menores de edad siempre, porque pasaban de estar bajo la patria potestad del padre a la del marido, y no podían trabajar ni abrir una cuenta bancaria, por ejemplo, sin permiso del esposo.

La ley de divorcio sirvió para garantizar mayores ámbitos de autonomía, tanto de hombres como de mujeres, ante las rupturas de pareja, entre otras normas de calado dictadas en el ámbito de la persona con posterioridad a la Constitución. También se han hecho grandes avances en el ámbito de la violencia de género y doméstica, un problema de toda sociedad, incluso de las más avanzadas en teoría. Son hechos que conviene no olvidar para valorar el enorme avance conseguido.

Hay quienes piensan, por todo ello, que las mujeres ya hemos logrado todo lo que podríamos desear y que las reivindicaciones actuales son mera pose, pura demagogia o, en la peor de las interpretaciones, discriminatorias hacia los varones.

A mi modo de ver, sin embargo, mientras no admitamos con naturalidad que una mujer puede llegar a presidenta del Gobierno, mientras las mujeres seamos quienes sigamos llevando el peso principal de la intendencia doméstica y del cuidado de enfermos, niños y mayores, mientras siga existiendo un uso sexista de la figura de la mujer en la publicidad y la moda, mientras los jefes más tiranos de las mujeres sean en muchos casos otras mujeres, mientras haya brecha salarial entre hombres y mujeres, seguirá haciendo falta celebrar el 8 de marzo. Claro está que los logros aún pendientes no los alcanzaremos sin el apoyo y complicidad de los varones a nuestro lado, en pie de igualdad.