Ha fallecido mi amigo, Quini, Pinocho, como le llamábamos los buenos amigos. Mi más sentido pésame para toda la familia, como deportista era un 10, pero como persona un 20. Siempre estuve pendiente de su enfermedad, de lo que él nunca le dio ninguna importancia. Nos ha dejado uno de los más grandes de este país, no es que se merezca el nombre del campo del Molinón, sino que también cuando te despiertes por las mañanas veas reflejado su nombre en el cielo.

Quiero reflejar dos cosas. Una fue el secuestro que vivimos después del partido de Barcelona - Hércules, que seguimos con mucha emoción y que finalmente pudimos celebrar por su liberación . Y la otra fue el detalle tan bonito que tuvo con mi hijo. A la finalización de un partido en Alicante le pedí la camiseta para mi hijo José Antonio, y, por descontado, no puso ningún reparo. Al contrario, nos habíamos enfrentado en muchas ocasiones tanto cuando él defendía los colores del Sporting de Gijón como cuando jugaba en el Barcelona. Y me contestó: «Ahora cuando termine el partido de la doy». Me duché y a medio vestir me vino a buscar Ángel Mur, masajista del Barcelona, para comunicarme que Quini me estaba esperando. Nos fuimos mi hijo y yo al vestuario y estaba sentado en un banco sin duchar aún, con la camiseta puesta porque quería que él viese cómo se quitaba la zamarra con la que había disputado el partido. Ni que decir tiene que la gran mayoría de jugadores ya habían salido del vestuario. Es un fenómeno. Me entristeció mucho cuando nos enteramos de lo de su secuestro.