Ascensión era una niña de trece años cuando los hordas fascistas fusilaron a su padre, Timoteo, en las tapias del cementerio de Guadalajara al terminar la guerra civil y arrojado en una fosa común junto con otros cincuenta vecinos.

Cuando se enteró de que había una ley de memoria histórica, promulgada por Zapatero, pensó en desenterrar a su padre para proceder a enterrarlo debidamente. Era pensionista y sólo cobraba 500 euros mensuales, pero todos los meses ahorraba una pequeña cantidad por si lo necesitaba para los gastos de desenterrar a su padre, fusilado por auxilio a la rebelión por ser presidente de la UGT en su pueblo Sacedón (Guadalajara) y ello bastaba a los falangistas para ajusticiarlo.

Cuando las víctimas del franquismo acudieron al juez Baltasar Garzón para que desenterrara a sus deudos -y cuando estaba en trámites- fue procesado por el Tribunal Supremo con el argumento del juez instructor, Luciano Varela, de que se había saltado la ley de amnistía y estaba actuando como si él fuera el único juez que hubiera tenido sensibilidad ante las víctimas del franquismo y, más tarde, el juez Garzón fue inhabilitado por actuar en el caso Gürtel.

Acudió Ascensión con una abogada a los juzgados de Guadalajara, y el juez de turno, ante lo que le había sucedido al juez Garzón, archivó el asunto diciendo que todos los posibles delitos habían sido amnistiados y no procedía actuar penalmente para levantar los cadáveres. Entonces se enteró de que una jueza en Argentina, María Servini, había admitido la querella de varias víctimas del franquismo y se personó ante ella con su abogada y consiguió una orden de desenterramiento de su padre mediante exhorto al juez español. Pero se abrió la fosa en que se creía que había sido enterrado y no se encontraron los restos de su padre Timoteo.

«Me llevé una desilusión y pasé mucha angustia. Se ha escapado, pensé, y llegué a creer que mi padre había salido de la fosa a pesar del tiro». Su hijo Francisco, más realista, sabe que esa versión no es posible: «No tenemos dudas, no estaba en la fosa. Pero escapar... imposible con el tiro de gracia», explica a escondidas de su madre, para no «destrozar» la fabulación de la anciana. Pero consiguió otra vez nuevo exhorto. Decía Asunción que su padre siempre llevaba una libreta y un lápiz. Si por allí se encontraba, tenía que ser él. La libreta no se encontró, pero sí la mina del lápiz ya que la madera se había deshecho, y allí se encontraron los restos de su padre Timoteo. Todo lo consiguió con su esfuerzo, su dinero y la ayuda de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, porque en los presupuestos del Gobierno de Mariano Rajoy no incluyeron ni un euro para llevar a cabo esos trabajos, descalificando al portavoz Rafael Hernando que dijo que sólo tenían interés los descendientes de las víctimas cuando había dinero del erario público.

«He envuelto los restos de mi padre con una sábana blanca y limpia; le puse en el ataúd un retrato de él y mi madre, un libro que leía y algunas cosas suyas, ¡ah!, y la bandera roja republicana. Ya estoy tranquila, en casa, esperando reposar en mi fosa junto él».