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Impresiones

Amenaza nuclear

Cuando la estrategia de Gobierno se anuncia a golpe de tuit, y las declaraciones institucionales parecen sacadas de las peleas del patio del recreo en los colegios, cuesta trabajo sacar conclusiones sobre el alcance verdadero de las advertencias y las amenazas.

Desde que el presidente Trump llegó a la Casa Blanca nos hemos acostumbrado ya a que sea así, y estamos hablando de la potencia hegemónica (aún) en el planeta. En ocasiones anteriores eran los sátrapas más o menos sanguinarios y, en todo caso, pintorescos quienes hacían uso de la retórica vacía para dar miedo, con el ejemplo ilustre de aquella «madre de todas las batallas» con la que Sadam Hussein retó a la coalición internacional que tardaría un suspiro en derrocarle. Verdad es que aquel episodio se convirtió a la postre en la madre de todos los desmadres que han convertido el Oriente Medio en el despropósito actual pero no, desde luego, como colofón del brazo armado de Hussein sino más bien por todo lo contrario.

En esas tesituras del desafío hueco nos encontramos ahora, con la salvedad de enorme importancia de que quien lanza las amenazas es alguien que sí que dispone de la capacidad suficiente para destruir la vida del planeta varias veces. Muchas, en verdad, porque el arsenal ingente de armas nucleares se mantiene aún igual que en tiempos de la guerra fría. Entonces los analistas hablaban de la virtud pacificadora de semejante poder brutal de exterminio: ni los Estados Unidos ni la Unión Soviética se atreverían a comenzar la guerra del fin del mundo, temiendo las consecuencias. Pero ahora que la situación es otra, el presidente Trump ha lanzado la llamada Revisión de la Postura Nuclear, frase un tanto hermética que contiene cambios cruciales respecto de la estrategia decidida por Obama. Como el detalle inquietante de que la nueva postura incluye el uso de armas nucleares contra los responsables de los ciberataques.

De poco sirve que se haya indicado de inmediato lo absurdo de la medida, habida cuenta de que los responsables de los ciberataques ni se pueden localizar con facilidad ni se concentran en un único lugar. El refrán que viene a cuento es el del muerto el perro que termina con la rabia porque, si se supone que el ataque cibernético viene de un determinado país -China o Rusia, pongamos-, sólo destruyéndolo por completo se garantiza (hasta cierto punto) acabar con los hackers. Pero Rusia mantiene más de cuatro mil cabezas nucleares operativas, y China cerca de trescientas. ¿De verdad se creen los autores del documento de Revisión de la Postura Nuclear que si se les manda una bomba, incluso modesta al estilo de las que destruyeron Hiroshima y Nagasaki, se quedarán de brazos cruzados? Podíamos reírnos de las bravatas de Sadam Hussein. Pero al hacer lo mismo respecto de las barbaridades de Trump resulta imposible evitar que se nos pongan los pelos de punta.

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