Hay un poema que se lee en Escocia para despedir a un ser querido. Dice así: «Puedes llorar porque se ha ido, o sonreír porque ha vivido; puedes cerrar los ojos y desear que vuelva, o abrirlos y contemplar cuánto ha dejado». El pasado jueves 22 de febrero nos llegaba la trágica noticia de la muerte de José María Cantó Carbonell, fundador de la empresa de infusiones y especias Martínez y Cantó.

Tenía 76 años, gran parte de ellos dedicados a su empresa y a su familia. Y casi siempre con una sonrisa. A pesar de los reveses de la vida, siempre tenía una sonrisa para todos. Y a veces la vida nos pone piedras para borrárnosla, porque perder a un hijo cuando no es más que un muchacho es para segarte de un plumazo cualquier esperanza en el futuro. José tenía apenas diecisiete años cuando se fue a dormir y ya no despertó. Por eso, siempre que veía a José María o a su mujer Mari Carmen, veía la valentía. Porque perder a un hijo es perderlo todo y, sobre todo, perder también el miedo ante cualquier otro infortunio que pudiera venir. Aquel suceso lo hizo más fuerte. Recuerdo que me lo decía: «Jesús, no tengo miedo a nada».

Después de esa desgracia, todo le parecía más fácil. Y así fue como empezó a crecer y crecer, arriesgando e invirtiendo todo en el negocio, sin ningún miedo. Creando riqueza para Novelda, su pueblo, mano a mano con su socio, Francisco Martínez, conocido como «Parra». «Parra» era uno de esos geniales mecánicos de motos como los que ya no quedan.

Construyó la primera máquina de carteritas y revolucionó el mercado. Él tenía la perspectiva ingeniera; José María, la administrativa. En los años 60 y 70 del pasado siglo fabricaban las carteritas de colorante. En los 80 llegaron las máquinas de infusiones, lo que supuso un giro de 180 grados para toda Novelda, ya que permitió que las demás marcas pudiéramos ampliar el negocio al mundo de las infusiones.

Parra murió también muy pronto y Cantó protagonizó el gran crecimiento de la empresa. Era un hombre muy inteligente, y a la vez listo. Nunca te decía que no, pero después te convencía de lo que fuera. Su virtud era saber negociar; todos los grandes empresarios deben saber hacerlo. Me gustaba verlo jugar con los silencios, desesperar al contrario. Al mismo tiempo, era amable con todos y a todos les transmitía esa capacidad de trabajo. Incansable en todo lo que hacía, enamoraba a quienes lo rodeaban con su sonrisa. Levantó un imperio con esfuerzo e inteligencia, pero sin olvidar de dónde venía, el lugar del que nunca salió. Novelda fue su bien más preciado. Apoyó siempre a los colectivos sociales o deportivos, poniendo su grano de arena siempre que se le solicitaba.

Con él se va uno de los grandes hombres de nuestra ciudad: una personalidad a prueba de cualquier dificultad, por grande que fuera, que siempre tuvo la visión y la misión de vender más y más, aunque sin dejar de invertir en su negocio y su ciudad.

Eso es lo que nos deja. Su legado. José María Cantó ahora vive en el recuerdo de quienes lo conocimos. Su hijo Antonio, junto a Carlos, el hijo de «Parra», llevan ahora las riendas de la empresa. El siglo XXI les pertenece. Su tarea es seguir innovando y creando empleo en un sector en el que siempre estamos reinventándonos. Y, también, cómo no, mantener viva la sonrisa del fundador. En todo lo que hagan, piensen o digan, ha de estar presente la sonrisa afable y sincera, la sonrisa eterna de Cantó.