Desde que todo este guirigay del proceso hacia un golpe de Estado incruento, que no pacífico, tuviera su génesis allá por el 2012, les hemos ido comprando cualquier cosa desde la opinión pública hasta la publicada. Desde aquella visita del astuto Mas a Mariano, de la que salió transfigurado como nuevo apóstol del soberanismo tal Saulo cayendo del borrico, nos han ido ganando la mano y vendiéndonos su mercancía con la inestimable ayuda de los que sin saberlo, o a sabiendas, les bailaban el agua y se engañaban a sí mismos y a quienes les creían. Aquellos infames pitos al himno de España en las finales de la Copa del Rey entre leones y culés, se decía no eran para España, eran para el monarca adúltero y cazador de elefantes. Como siguieron dándose finales con el mismo equipo, y más vascos, y los pitos continuaban hasta con el nuevo rey Felipe VI, muchos vieron la luz y ya, tras las irrespetuosas, indignas e inmensas pitadas no tuvieron más remedio que cambiar de opinión. Las pitadas fueron siempre para España y su himno.

Lo mismo ha pasado con ciertos personajes como el iluminado Piqué, al que se empeñaban, y alguno sigue en ello, en edulcorar los pitos que recibía situando su origen en la rivalidad con el Madrid, ergo eran los madridistas. Error de concepción, sí eran madridistas, pero además de muchos otros equipos, en definitiva eran españoles que pitaban a quien hacia ostentación de su fervor por el proceso y el manido y delusorio «derecho a decidir», mientras sigue vistiendo la elástica española. El mismo que reventó a llorar por la «brutalidad» de la policía del Estado español, con un único herido de cierta gravedad y centenares de asistidos por ataques de ansiedad, y nunca lo vimos de esa guisa por las víctimas del atentado de agosto en las Ramblas. O su conmilitón Guardiola, al que muchos intentaban defender desde lo absurdo, y que él machaconamente mostraba su rencor por España, su discurso junto a todos los popes del independentismo así lo atestigua, y lo sigue haciendo desde Manchester con lazo amarillo incluido cada vez que hay una rueda de prensa.

El lema de España nos roba, coreado por la polifónica compuesta por políticos gobernantes en instituciones y medios de comunicación subvencionados, punto culmen aquel editorial conjunto de toda la prensa catalana hito en el periodismo mundial, entre los que destaca la manipulación sonrojante de la televisión pública, fue en su día comprendido, comprado al fin y al cabo, por otras formaciones que sin ser soberanistas, aspiraban a ser catalanistas sin saber muy bien en qué consistía. El buenismo y la ceguera con la que se trató todo lo aberrante que salía o se hacía desde las instituciones catalanas, hizo que en contadísimas ocasiones se pudieran poner de acuerdo las fuerzas políticas institucionalistas. Hasta la aplicación del 155, una vez comprobada la intentona de golpe de Estado, no ha sido inmune a esta estulta costumbre de intentar tender puentes en aguas turbulentas.

Conforme se sucedían dislates, la mercancía se ha ido pudriendo en su propia salsa y ya no tiene prácticamente salida excepto en algún que otro corresponsal extranjero que ha vivido a la sombra de la Generalidad y sus prebendas. Inexplicablemente muchos analistas veían pronta la salida de presidio de los encarcelados, los mismos que manifestaban su incredulidad incluso a que ingresaran, en base a no sé qué componendas y conveniencias saltándose lo que significa un Estado de Derecho, dejando a los pies de los caballos al propio Montesquieu. Tras sus fracasos como exegetas judiciales, insistieron en la posibilidad de la bufonada de la entronización telemática del huido Puigdemont, como paradigma del comprémosles todo. Continúan, cada vez menos, algunos en insistir en la toma en consideración de todo aquello que sale de las filas independentistas, dándole carácter de dogma de fe, cuando los mismos instigadores del proceso cambian de estrategia, o nombres de candidatos cada semana, sino cada día. La farsa continúa con el presidente del Parlamento catalán, que se pasea con aires de presidente de la Generalidad, y ya a estas alturas, a todos se les va viendo el plumero, y solamente engañan a quienes están dispuestos a ser timados por mor de intereses espurios. El concepto de lealtad no existe para todos estos rufianes y trileros de la política. Torrent, en su última intervención pública, es un buen ejemplo de ello, y Colau con su postura, otro.