Siempre me ha fascinado el cambio que se produjo a finales del siglo XIX y la paulatina separación de la figura del compositor-interprete a las entidades, separadas y alejadas, del compositor, en su mundo alejado de los escenarios, y del interprete en su cosmos centrado antes que en la creación, en la recreación cuanto más «fidedigna» mejor. Todo comenzó cuando a principios de ese mismo siglo se empezó a interpretar de forma pública (en la intimidad ya lo hacían casi todos) la música del pasado. Un caso paradigmático fue la reposición de la Pasión Según San Mateo (o algo parecido) de J. S. Bach que hizo Félix Mendelssohn el 11 de marzo de 1829, casi cien años después de su primera presentación el 11 de abril de 1729. Lo cierto es que, desde ese instante, las obras de los compositores del momento fueron perdiendo peso en favor de la de las obras del pasado hasta llegar a nuestros días, en los que el hecho de que figure una obra actual en los programas es casi una anécdota, casi siempre, además, mal recibida; pero eso es otro tema. Casi a la par de la desaparición de la música del momento de los programas de concierto hubo otro hecho de igual gravedad: la desaparición de la improvisación. De la mezcla de la exigencia por la fidelidad al texto y la separación del compositor-interprete, la improvisación, antaño medio de demostrar la capacidad creativa (tanto compositiva como instrumental), pasó a desaparecer de los escenarios clásicos. Los últimos ejemplos murieron con compositores como Rachmaninov o Granados: incluso la única grabación que poseemos de Isaac Albéniz son tres improvisaciones grabadas a principio de siglo XX. Por eso, alegra el corazón actitudes ante la escena de agrupaciones como la Accademia del Piacere que el pasado sábado ofreció un magnífico concierto en la Sala de Cámara del Auditorio de la Diputación de Alicante dentro del ciclo Almantiga. Y es que uno de los pilares de la forma de hacer música de la agrupación bética es la improvisación. ¿Y que implica esto? Por supuesto implica errores, momentos de duda o incertidumbre, pero también implica frescura, turbación y todo ese tipo de elementos que forman parte necesaria de la vida. Esa forma de interpretar es de alguna manera una vuelta a la figura del compositor-interprete: el margen de maniobra, digamos para entendernos, va más allá de intentar reproducir lo que pone exactamente en la partitura. Traspasada entonces la tímida penetración de las primeras aproximaciones a la música del renacimiento en los primeros momentos de su recuperación en la primera mitad del siglo XX, en las interpretaciones esencialmente emocionales de la Accademia del piacere la figura del compositor es tan importante como la del intérprete. De ahí que esté absolutamente justificada la inclusión del nombre de Fahmi Alqhai (violagambista y director de la formación) junto a la del compositor de la obra: tan grande es la aportación del segundo al crear la estructura como la del primero al dibujar toda la decoración que, al fin y al cabo, es lo que termina por embellecer la música.