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Juan R. Gil

El pozo

El viernes se conoció el auto del juez Manrique Tejada que envía al banquillo a dos exalcaldes de Alicante, Luis Díaz Alperi y Sonia Castedo, ambos del PP, al constructor Enrique Ortiz y a otras seis personas más -entre ellos un exconcejal socialista que en el momento de los hechos ya estaba en otros negocios, un hermano de Castedo y otro de Ortiz-, por el presunto amaño del Plan General de Ordenación Urbana. Un caso que viene investigándose desde hace casi una década y por el que la Fiscalía y las acusaciones (EU y el Ayuntamiento, porque el PSOE se retiró sin que aún se sepa qué órgano del partido tomó tal decisión) piden penas de hasta diez años de prisión y multas de hasta 200 millones de euros para los principales imputados. El magistrado, por su parte, considera que Alperi y Castedo pudieron cometer delitos de revelación de información privilegiada, cohecho y tráfico de influencias y que Ortiz habría incurrido en tráfico de influencias y cohecho, aunque para pasmo de tirios y troyanos (unos, preguntándose eso de «¿pero esto de qué va?» y otros clamando aquello de «¿y entonces, qué hacemos aquí?») advierte expresamente de que al promotor no se le podrá acusar de aprovecharse de información privilegiada. Como siguen de moda, pongan aquí todos los emojis que encuentren con cara de desconcierto.

No sabemos cuándo se celebrará el juicio -dos años más de espera, calculan los optimistas- ni lo que saldrá de él. No pierdan los emojis, por si acaso. De lo que sí tenemos la certeza absoluta es de que, ocurra lo que ocurra, Alicante lleva años ya purgando la pena. Verán:

1. Crisis política. El estallido del llamado caso Brugal generó una implosión sin precedentes en la capital de la provincia, acorde con la relevancia de los principales acusados: un exalcalde que antes había sido presidente de la Diputación y de la Cámara, es decir, patrón de partidos y de patrones; una alcaldesa en ejercicio en aquel momento, de la que algunos periódicos decían que iba a ser la heredera, como icono popular, de la Rita Barberá de los buenos tiempos; y el empresario paradigma en Alicante de lo que se conoció como la burbuja, cuyo pinchazo tanto dolor provocó y sigue causando. A pesar de que en las elecciones de 2011 los detalles principales de la investigación ya eran de dominio público, el PP logró el mejor resultado de su historia en la ciudad: 18 concejales sobre 29. La personalidad de Castedo, un animal herido ya entonces, pero animal político al fin y al cabo; la elaboración de una lista muy inteligente, que tocaba «todos los palos» de la ciudad; la red clientelar que durante años habían tejido los populares y la debilidad de una izquierda sumida desde tiempos de maricastaña en el cainismo y la mediocridad, además de cómplice, por lo que toca al primero de sus partidos, el PSOE, de muchos de los tejemanejes de los que se acusaba al PP y en cuyo epicentro siempre aparecía Ortiz; todo ello explica en buena medida aquel resultado. Pero a pesar de esa cifra récord de ediles, el andamiaje estaba ya carcomido desde mucho antes incluso de que unas escuchas policiales autorizadas para investigar presuntos delitos en la Vega Baja relacionados con el tratamiento de las basuras y con la Diputación dieran como resultado, de retruque y ya veremos si con las garantías procesales pertinentes, la apertura de diferentes piezas por presunta corrupción en Alicante. De tal manera, que aquella legislatura, la de 2011 a 2015, apenas duró un año antes de que el Ayuntamiento se convirtiera, no ya en objeto de escándalo, sino en plató de telebasura. Da igual que se impulsaran actuaciones relevantes desde distintas concejalías e incluso desde la propia Alcaldía: el empeño de Castedo en enrocarse en lugar de apartarse para aliviar a la ciudad de una presión insoportable demolió la gobernabilidad de Alicante cuando los efectos de la depresión económica más necesario hacían un ayuntamiento estable.

2. Crisis institucional. Las elecciones siguientes no solucionaron ese problema, sino que para general frustración lo agravaron. La izquierda no ganó por méritos propios, que es lo que hubiera sido deseable. Sus representantes no presentaron ni proyecto ni programa capaz de ilusionar. Sumó más simplemente porque la derecha se había suicidado. El PP, lastrado por los escándalos y por la sombra de Alperi, Castedo y Ortiz; pero también por una candidata nueva que no era nueva (empeño personal del todavía hoy presidente popular, José Císcar, que luego si te he visto no me acuerdo) y que parecía buena pero resultó fallida, y por los graves errores que tanto ella como el partido cometieron tanto a la hora de conformar la lista como durante la campaña, perdió 10 de los 18 concejales que tenía. Pero al PSOE, Guanyar (la marca blanca de EU y Podemos, dominada por los primeros aunque los segundos eran los que aportaban los votos) y Compromís no les unía más sintonía política que la de acabar con el PP, que pese a su debacle siguió siendo el partido más votado. Bajo siglas supuestamente de izquierdas, se entronizó entonces a un alcalde de derechas, cuyo mérito era haber cosechado, justo cuando el PP registraba su mayor desastre de crítica y público, el peor resultado jamás obtenido por los socialistas. Llama la atención todavía hoy que, a pesar de aquella situación, con una alcaldesa que había tenido que dimitir doblemente imputada y un PP cercado por los escándalos aquí y fuera de aquí, y absolutamente roto; sorprende, digo, que aun con eso la izquierda nunca creyó que gobernaría Alicante, así que presentó las listas más mediocres que se recuerdan. Con lo que, cuando le tocó el gordo en una lotería en la que ni siquiera había comprado el décimo, el gobierno tripartito conformado fue un desastre desde el primer día.

Hoy, a falta de 15 meses para unas nuevas elecciones, la ciudad se encuentra con un PP desnortado, aún no repuesto de lo que significó la derrota y sin haber dado ningún paso como partido para acometer la regeneración que le debe a los ciudadanos. A un PSOE secuestrado por una camarilla, que pese a detentar (uso el verbo con pleno conocimiento de su significado) el gobierno local, es menos partido que nunca. A un alcalde que también suma dos imputaciones, las mismas que tuvo aquella de la que dijo que debería estar en la cárcel y a la que ahora no acusa de nada. A un Guanyar que sufre una descomposición aún mayor que la de los socialistas (lo que tiene mucho mérito), cuyo portavoz, Miguel Ángel Pavón, ya no puede utilizar siquiera el argumento de que el alcalde no tiene legitimidad para serlo porque ha perdido la confianza de quienes le dieron su voto en el pleno: Pavón también ha perdido la confianza de su organización y la mayoría en su propio grupo y, sin embargo, no parece tener la intención de dimitir, por lo que la paradoja posible y dramática es que acabe la legislatura sentado al lado de Sepulcre y Belmonte, como un tránsfuga más. Y con un Compromís que sigue sin ofrecer mejor proyecto a los alicantinos que el de no hacer política: ser ocurrente y hasta mordaz, pero modosito. Dirán ustedes: falta Ciudadanos. Tienen razón: falta desde que empezó el mandato, ya lo he escrito muchas veces. Nunca un partido con más concejales (empezó con seis, los mismos que el PSOE o Guanyar, y por cierto le dio sus votos en la investidura a la coalición de gobierno formada por PSOE, EU, Podemos y Compromís) tuvo tan poca incidencia en la política local.

Así que a día de hoy tenemos a dos exalcaldes camino del banquillo pero otro pendiente de si también le envían a él, aunque sea por otros motivos. Un ayuntamiento más ingobernable que el que dejó la exalcaldesa del PP. Y una ciudad quebrada por lo que pasó durante su mandato y por lo que está ocurriendo bajo el de Echávarri. ¿Hay PGOU? No. Sigue sin haberlo. ¿Está protegido el patrimonio? En absoluto: es más vulnerable que nunca. ¿Tiene presupuesto? Sólo porque todos piensan que no se cumplirá. ¿Y proyecto? Contéstense ustedes. ¿Algún ciudadano, votara lo que votara en 2015, se siente bien representado? No parece. ¿Algún gran proyecto ha venido para instalarse? Ninguno. ¿Podemos perder lo que nos queda? Trabajamos para ello, y si no que le pregunten a Volvo.

3. Crisis de identidad. La debacle política y la institucional han devenido, como no podía ser de otra forma, en la absoluta perdida de toda personalidad. ¿Qué es Alicante hoy? Un territorio comanche, desagradable para todos. Viene Rajoy dos veces y las dos veces va a Elche. Viene Sánchez tropecientas y las tropecientas va a Elche. Nunca supo ejercer Alicante la capitalidad (ser capital llegó a figurar en los programas de los partidos, imagínense la falta de autoestima), pero hoy por hoy ha perdido cualquier símbolo que la referencie como tal. Y eso se extiende desde la plaza del Ayuntamiento a todas y cada una de las instituciones: hasta la Cámara de Comercio, otrora asentada en el lugar preferencial de la ciudad, está hoy al borde del abismo. Luis Díaz Alperi, Sonia Castedo y Enrique Ortiz han vuelto a ser noticia en negativo esta semana. Alicante no ha dejado de serlo desde que un constructor compró un equipo de fútbol para ponerlo en Primera y lo hundió en Segunda B. Ahí estamos desde entonces: en el pozo.

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