Leí hace unos días en un periódico que recientemente se ha publicado un estudio en la revista «Scientific Reports», resultado de una investigación sobre el comportamiento de los maltratadores cuando se ponen en la piel de las víctimas, llevada a cabo por un grupo de investigadoras e investigadores de un Instituto (IDIBASP) vinculado al hospital Clínic de Barcelona. Aparte de confirmar las dificultades de los maltratadores para identificar emociones como el miedo, tal y como ya han avanzado otras investigaciones, en este caso se afirma que a través de la realidad virtual éstos pueden mejorar su empatía con la víctima y llegar a identificar expresiones de miedo en las mujeres. El experimento consiste en hacer sentir al condenado por violencia de género, a través de unas gafas de realidad virtual y unos auriculares, que está en el cuerpo de una mujer (embodiment, en inglés). Un avatar profiere insultos, amenazas, lanza objetos como forma de intimidación. Se trata de hacerle vivir situaciones de violencia desde los ojos de la víctima. Me pregunto si eso es posible y simultáneamente lo niego. Nunca el miedo puede ser igual.

¿Cómo va a recibir un hombre un «no sirves para nada» o un «puta, más que puta» de la misma forma que una mujer? ¿Cómo va a sentir el mismo miedo caminando solo y de noche por la calle? ¿Cómo, en definitiva, se puede interiorizar todo un sistema ancestral de relaciones desiguales construido sobre nuestras diferentes anatomías?

No pocos hombres de mi entorno, en la misma línea que otros públicamente conocidos, denuncian el exceso que, en su opinión, supone el movimiento «MeToo», ese grito colectivo de las experiencias individuales de acoso que han sufrido las mujeres por el hecho de serlo. Dicen que el miedo ha cambiado de bando. Que ahora ya no hay lugar para el flirteo, el ligue, la aproximación sexual. Que se encuentran paralizados, que se reprimen, que se autocensuran. Que tienen miedo. Lógicamente, siempre encuentran aliadas que refuerzan sus posiciones de privilegio, como Deneuve y otras. Porque eso es lo que defienden: el privilegio que supone el ejercicio impune del poder que este sistema patriarcal atribuye a los hombres.

No, el miedo no ha cambiado de bando. No puede hacerlo porque, sencillamente, no se trata del mismo miedo. Y no lo pueden experimentar. Ni siquiera a través de la realidad virtual. Galeano afirmaba que «el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo». Y lo que sí hay es cada vez más mujeres que deciden alzar su voz ante ese miedo sin tanto miedo a que las desacrediten. No son miedos iguales. Ni parecidos siquiera. El de estos hombres es el miedo a la igualdad que nosotras reivindicamos.