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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

«Lolita» y el nacionalismo

El nacionalismo radical no es peor que el blanqueo de capitales o las bandas organizadas de corruptos corruptores. De hecho supongo que no debe ser delito (todavía), como no lo es (aún) ni escribir «Lolita» ni que te guste leerla. Cosa diferente es llevar a la práctica los traumas mentales de Humbert Humbert, que entre paréntesis es un violador, corruptor de menores, asesino frustrado y un montón de cosas más.

Quiero con ello decir que se puede pensar lo que se quiera y fantasear con lo que más gusto te dé, pero tratar de cumplirlo te hace reo de rebelión o de pederastia. En realidad «Lolita» y el nacionalismo son lo mismo: puedes soñar pero no practicar. Y no está el horno para bollos por mucho que te gusten las adolescentes o las patrias liberadas.

Por eso cualquier ser medianamente inteligente debe partirse la caja con la pretensión de los que fueron libertadores y hoy andan en tocata y fuga, de que su persecución está motivada por delitos de opinión. Pues hombre, claro que opinaban, pero están en prisión, en el exilio dorado de la langosta y la mansioncilla de 4.500 pavos al mes, en el país del chocolate de la vaca morada o en libertad bajo fianza (que no pagan ellos ni ellas), por tratar de que sus sueños particulares se convirtieran en pesadilla para más de la mitad de sus coterráneos. La táctica del «¿Y si cuela? Y si no, pues pasamos página y decimos que era una gracieta».

Pero vaya si pasa. Vivimos en la sociedad de la autogratificación inmediata y la política de hechos consumados, y no sé porqué pensamos que cualquier acto, por insensato que sea, es posible ejecutarlo siempre que no nos pillen con la pistola humeante en la mano. Soy un gran admirador de Hannibal Lecter y mediano cocinero, pero no se me ocurriría hacer un pastel con los higadillos de un tipo que me caiga mal. Bueno, quizá sí se me ocurriría, pero tendría dudas para elegir el donante porque son numerosos como las arenas de la playa o las estrellas del cielo? y por otra parte la casquería no es lo mío, fracasé con una receta de callos y jamás lo volveré a intentar. Como soy muy pesado con Lecter, les recuerdo una frase del Doctor que bien aplicada tiene su aquel: «No tengo interés en entender a las ovejas, sólo en comérmelas».

Luego hay otra cosa de esos populismos ramplones que me lleva a mal traer: el recurso a que los votantes les absolverán y las urnas, como las aguas del Jordán, se llevarán hasta el menor rastro de sus pecados. Pues tampoco. Por mucho que se vote al PP y gane una y otra vez por mayoría absolutísima, la corrupción la juzgan unos señores jueces en los que, por principio, me fío. Aunque los Puigdemones barrieran ?que no es el caso- su «procés» podrá o no haber acabado, pero el proceso en el Supremo continuará, se juzgarán, serán condenados ?imagino- irán a la cárcel una temporadita y aquí paz y allí gloria. Que la Justicia es lenta, tonta y clasista, sin duda, pero es pesada hasta la extenuación y no para hasta que no hay sentencia.

No sé si se acuerdan, pero de gran parte de estos lodos tiene la culpa Gil y Gil. De ahí venimos: cuando el constructor, con antecedentes penales y pasado carcelario indultado por Franco, se dio cuenta de que era mucho más difícil meterle en cana por sus tropelías como alcalde de Marbella y presidente del Atleti, se lanzó de cabeza a la política. Daba igual que fuese zafio, inculto y un pedazo de bestia parda, esa clase de individuos conecta con una determinada clase social que vota ? y cuyo voto tiene el mismo valor que el de un catedrático de epistemología- y que quiere tocar las narices a las élites. Es Berlusconi, es Trump, es Torrente. Oí el otro día a Santiago Segura que le horrorizaba que por la calle alabaran a Torrente como un personaje a imitar, cuando él lo creó justamente como el prototipo de casposo vomitivo. O los alcaldes narcos de Galicia a los que pueblos y aldeas votaban una y otra vez hasta que consiguieron meterlos en el talego.

La caricatura en la que se está convirtiendo Puigdemont es justamente lo mismo: un personaje nefasto y gris que deja a los suyos en la estacada y emprende las de Villadiego y que sería de chiste si no pudiera llegar a ser trágico. O la chica anticapitalista que se escapa a Suiza, el país más capitalista del Mundo, se corta el flequillo abertzale y lleva camino de transformarse en burguesita catalana. En el «exilio», eso sí.

Si se fijan es gracioso: los fugados dicen que se les juzga por delitos de opinión y que serían presos políticos si volviesen a España, y los que se han quedado aquí argumentan que todo fue una broma y ahora, tan amigos. Me da a mí que al único que no le importa acabar como Lecter o Humbert, es a Junqueras, que dice que se guisó los higadillos, y estaban buenos, y se benefició a Lolita, y también.

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