La célebre locución latina refleja una concepción maquiavélica del poder mediante una sencilla fórmula consistente en enfrentar a los súbditos entre sí para dominarlos mejor. De origen ignoto, su atribución a Filipo de Macedonia o a Julio César no parece convincente, siendo tal vez su génesis medieval o renacentista. Con alguna variante, Merimée ponía en boca de Luis XI de Francia la expresión «diviser pour regner» y otros autores la expresan de manera similar: «si vis regnare, divide».

Sea como fuere, se trata de una máxima popular, de uso generalizado, que ha trascendido su origen político, instalándose en el lenguaje común: divide y vencerás, decimos con frecuencia.

En estos momentos, la estrategia de Mariano Rajoy con relación a Cataluña parece animada por este aforismo «divide y obtén el poder». Se trata de procurar la división del independentismo y, a tal fin, el arma utilizada ha sido la lengua.

Nadie pone en cuestión el derecho a ser escolarizado en la lengua materna. El primer documento que lo reconoce es el elaborado por la UNESCO en 1953 donde se apoya la enseñanza en el idioma nativo como medio de mejorar la calidad de la educación, partiendo del conocimiento y de la experiencia docente. Precisamente, el 21 de febrero de 2000, esta organización proclamó el Día Internacional de la Lengua Materna para promover las diferentes lenguas y culturas. También declara este derecho la Convención sobre los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989, y ratificada por todos los países miembros.

En España, la elección de la lengua de enseñanza ha sido y es un tema controvertido, estrechamente vinculado a cuestiones de identidad, nacionalidad y poder. Son conocidas las dificultades de los hispanohablantes en Cataluña para escolarizar a sus hijos en castellano. No obstante, hace largos años que los gobiernos de distinto signo han dado la espalda al asunto por dejadez, incapacidad o, sencillamente, por interés político, desoyendo las sentencias de los tribunales y contribuyendo a agrandar el problema.

Ahora, en plena crisis catalana, con las instituciones paralizadas y sin visos de una pronta solución, la ocurrencia de esgrimir el artículo 155 para poner remedio al tema tiene más de ardid político que de convicción profunda sobre el asunto.

En España no existe un convencimiento sobre la importancia de la educación y los partidos políticos son incapaces de alcanzar un pacto para garantizar la estabilidad y la solvencia del sistema educativo.

Por el contrario, la enseñanza, y también la lengua en la que se imparte, se han convertido en una herramienta política utilizada a conveniencia, sin recato.

Al parecer, ahora se pretende apremiar a los independentistas para que propongan otro candidato a la investidura porque, en caso contrario, Rajoy, presidente «in pectore» del gobierno catalán, acabará con el modelo de la inmersión lingüística. Tal premura para la toma de decisión, dividirá a los partidos secesionistas, colocará al presidente del Parlamento de Cataluña en una delicada situación y permitirá al presidente del gobierno desbloquear la cuestión y arañar unos votos como paladín del castellano o simplemente frenar la fuga hacia Ciudadanos.

El anuncio grandilocuente de la medida realizado por Méndez de Vigo y su referencia a la casilla del impreso de solicitud, no dejan de ser patéticos. A ello se suma la reciente sentencia del Tribunal Constitucional que pone en entredicho la política gubernamental por invadir competencias de la Generalitat. Sus señorías tienen el don de la oportunidad, habrá pensado Rajoy. Además, le recuerdan que es incompetente en la materia y declaran nulo ese remiendo en forma de subvención para escolarizar en castellano en colegios privados ideado por aquel exministro de infausto recuerdo.

En medio de este dislate, una hermosa máxima de Goethe «une y guía» es el deseable contrapunto a lo anterior. No perdamos la esperanza de que algún lejano día, este axioma sustituya en política al «divide y vencerás», para fortuna de los ciudadanos que habrán dejado de ser súbditos.