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Jesús Javier Prado

Oído, visto, leído

Jesús Javier Prado

Uno, grande y libre

No recuerdo cuándo fue la primera vez que vi una viñeta de Forges, pero si la memoria no me falla creo que aún estaba en el útero materno, así que intuyo que debió ayudar positivamente a que me decidiera a salir al mundo. En sentido literal, a muchos de los que leemos periódicos desde pequeñitos, Forges llevaba acompañándonos diariamente un porrón de años. Además era del Athlétic Club, así que para mí lo tenía todo. Su muerte duele, porque nos deja un poco más solos. Y no deja un hueco, sino un agujero, un butrón enorme que ni podremos ni querremos llenar. Ahora que están tan de moda las banderías y las adhesiones a himnos patrios relamidos y cursis hasta el infinito y más allá, pocas cosas había tan netamente españolas y fuera de discusión como sus reflexiones dibujadas cada mañana. En ese sentido, y en un país con tantas filias y tantas fobias, Forges era una figura reconocida y reconocible por todos, y a salvo del pim-pam-pum al que sometemos en España a cualquiera que se declara de un bando u otro ?en el plano ideológico o en el social? y que no deja de ser síntoma de sociedades con poca tolerancia y cortedad de miras.

Poquísimos españoles hay que tuvieran ese estatus de popularidad (Forges gustaba a todos: a niños y a mayores, a hombres y a mujeres, a altas y a bajos, a gordos y a flacas) y a salvo de la hoguera. Y tiene muchísimo mérito, porque Forges daba opinión un día sí y otro también, con su viñeta perenne, llena de ironía y de un sentido del humor que nunca agredía pero que siempre decía cosas, y que te servía para enfocar la mañana de buen ánimo mientras apurabas el café con leche: Forges era «Marca España» al cien por cien, imprescindible para entender la evolución y el tránsito de un país, lo que éramos y lo que somos, desde principios de los setenta hasta nuestros días, que se dice pronto. Estamos hablando de alguien que inventó la palabra bocata (yo soy muy de bocatas) y que a Arconada lo rebautizó como Arcomanta, así que poca broma.

Dice Fernando Aramburu, el autor de Patria, que «España, desde fuera -él vive en Alemania- parece siempre una comunidad de vecinos mal avenida». A Forges, desde dentro, le parecía un poco lo mismo, pero ayudaba mucho su punto de vista humorístico, su parodia del españolito esmirriado, iluso unas veces y pesimista otras, rodeado de cuñadas enormes y suecas despampanantes (no sé si hoy en día permitirían sus chistes de esas épocas: el vendaval MeToo algunas veces tiene un revisionismo histórico que asusta un poco, la verdad?). Si a Fraga Iribarne le cabía el estado en la cabeza, a Forges le cabía España entera, que es distinto. Sus viejecillas sabias, sus parientas orondas, sus funcionarios abrumados, sus marianos displicentes, sus modernos snobs y marisabidillos, sus anglicismos españolizados. Antonio Fraguas era único, grande y libre. Y no tenemos muchos en este país como él. Qué raro va a ser que ya no estés, con la falta que nos hacías todos los días, bandido?

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