Aprovechó la Casa Real el 50 cumpleaños del Rey Felipe VI hace unos días para apuntalar la importancia que la Corona española pretende tener en la España del siglo XXI realizando un vídeo con imágenes diarias de la familia real que fue emitido en canales de televisión y en las páginas web de los medios de comunicación. Y aunque es cierto que el actual rey ha democratizado y extendido a todos los ámbitos su presencia y el papel que como jefe de Estado lleva a cabo en eventos internacionales sigue pendiente una reflexión seria sobre dos aspectos distintos. En primer lugar sobre su misma existencia. Con el desarrollo de la integración europea que ha hecho perder a los Estados miembros de la Unión parte de sus competencias tradicionales teniendo los respectivos países miembros tan solo su implementación, la figura de los jefes de Estado de carácter hereditario pierde su sentido poco a poco. El acervo comunitario, es decir, los tratados fundacionales de la Unión Europea, su desarrollo legislativo y todas las normas fundamentales que rigen las principales instituciones, fue aprobado, desarrollado y ejecutado al margen de la existencia de monarquías en sus Estados miembros. No es que sean incompatibles sino que se desenvuelven en realidades paralelas. En segundo lugar, y ya en el ámbito español, la sociedad española tiene pendiente hacer un debate sosegado y con argumentos, lejano por tanto de los tradicionales clichés que la derecha y la izquierda política española se han autoimpuesto, sobre la necesidad de la continuación o no de la Monarquía española atendiendo a su vez a dos realidades. Por una parte, al hecho de que fuera un imposición del dictador Franco que no sólo eligió quién debía ser la persona que le sucedería en la jefatura de Estado - Juan Carlos I en vez de su padre don Juan- si es que se puede llamar así a su posición de brutal dictador longevo, saltándose por tanto un escalafón, sino que dejó claro en numerosas ocasiones que la Monarquía en España no se iba a reinstaurar tras su muerte si no a instaurar teniendo en cuenta los principios del 18 de julio. Cierto es que en pocos meses el rey emérito dio un giro de 180 grados a las caducas ideas de querer mantener el aparato franquista y su sistema político hacia una monarquía parlamentaria, pero el origen de la Monarquía es el que es toda vez si tenemos en cuenta que entre el reinado de Alfonso XIII y el de Juan Carlos I hubo una República con una Constitución que fue aprobada por unas Cortes Constituyentes y que estuvo vigente hasta el golpe de Estado de 1936. Por otra parte, el terremoto político que ha supuesto la aparición de dos nuevas formaciones políticas ha demostrado que las situaciones más asentadas en apariencia pueden cambiar en cuestión de días. Resulta muy difícil tratar de adivinar que circunstancias políticas y sociales dominarán la sociedad española dentro de cuarenta años, es decir, en el más que probable espacio temporal en que el actual rey sea sustituido por su heredera, pero la previsible evolución de la sociedad española hace que la posibilidad de que el jefe del Estado sea consecuencia de la herencia de una sola familia y no de la voluntad democrática de los españoles resulta de muy difícil encaje en el futuro de España.

Apuntados por tanto estos elementos cabe reflexionar sobre si la Monarquía española tiene fecha de caducidad. El buen hacer del actual rey y de su predecesor (con todos los defectos que se le quieran atribuir) así como de la futura heredera no supone que deba prolongarse en el tiempo. La lamentable actuación de varios miembros de la familia real en el orden personal y en sus responsabilidades con la Hacienda Pública deja ver la posibilidad de que en algún momento una jefatura de Estado de carácter hereditaria sea ocupada por una persona con escasa voluntad ética y moral. Por tanto, debería ser la propia Casa Real la que empezase a reflexionar acerca de si tiene sentido su existencia en un futuro a medio plazo habida cuenta los dos aspectos que hemos aludido antes: una Europa que tiende a una convergencia mayor en el plano político y en la que la cesión de competencias estatales en favor de los organismos europeos continúa poco a poco in crescendo y una sociedad española con un 60 % de la población que orbita alrededor del mileurismo. Si a esto sumamos que los movimientos independentistas surgidos en España en los últimos años no atienden a ninguna clase de razón ni tienen voluntad de entendimiento si no simplemente la absurda idea de la partición de España, debería ser la propia Monarquía la que en un futuro no muy lejano abra el debate de si es conveniente la continuación de una institución que pertenece a nuestra historia. Debería ser la propia Monarquía la que algún día cumpla un último servicio a España iniciando el movimiento que llevara a su propia desaparición.