«Los jóvenes de hoy en día» es el título de una escena que los geniales Les Luthiers interpretan en sus espectáculos para ridiculizar las críticas que los adultos realizan, generación tras generación, a la juventud. El estribillo que cantan -«Los jóvenes de hoy en día no distinguen el bien del mal»-, es lo primero que me viene a la cabeza, aunque nada tenga que ver, al escuchar en un patio de un colegio cómo dos chicos de catorce años se insultan llamándose «cerda», «guarra», «tonta». Pese a que se trata de dos varones, emplean para herirse el género femenino, con lo que sus juveniles mentes deben creer que es peor ser «cerda» que «cerdo». En los colegios de los años 60, si eran mixtos, la cantinela del entonces recreo era «Los chicos son más listos que las chicas». Y en muchas casas, donde había hijos e hijas, los padres lo certificaban con un comportamiento discriminatorio. Ignorante de mí, creía que esto estaba superado y me entristece comprobar que no. Niñas -porque para mí esa edad entre los trece y los catorce sigue siendo la de una niña-, creen que «A las chicas listas los chicos no las quieren». Pertenezco a una generación de mujeres que ha intentado, no sin esfuerzo y sacrificio, sobreponerse a una educación que desde la infancia nos encaminaba a quedarnos en casa, a ser de una determinada manera para gustarles a los chicos como si por nosotras mismas no valiéramos lo suficiente. Hemos intentado abrir caminos, mejor o peor, pero como hemos podido, para que nuestras hijas, sobrinas y nietas sepan que no son más que nadie, pero tampoco menos; que son valiosas para la sociedad, que tienen derecho a desarrollarse, a ser lo que quieran, a cobrar lo mismo que un hombre por el mismo trabajo y a elegir en vez de ser elegidas por alguien. No es feminismo, no es elitismo; simplemente es una realidad que no tiene vuelta atrás para los jóvenes de hoy en día.
