La peste, la serie de Movistar creada por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, se ha revelado como un notable éxito de público, capaz de superar, en sus cuatro primeros días de emisión, los índices de audiencia de la todopoderosa Juego de Tronos. Con tan solo los seis capítulos de su primera temporada, que se podían ver de un tirón en una jornada maratoniana, recordando viejas experiencias cinematográficas, La peste ha sido objeto de halagos sin cuento y, como todo producto de eco multitudinario, de críticas y objeciones, más o menos razonables, que solo han contribuido a publicitarla. Los elogios se han centrado en su más que aceptable calidad como relato histórico, capaz de no tener nada que envidiar a las prestigiosas series británicas. Su excelente diseño de producción, recreando el ambiente de una Sevilla del siglo XVI, asolada por una epidemia, la fotografía de Pau Esteve y la adictiva intriga propia de un thriller de época, imbricada en los hechos históricos del momento ?el monopolio comercial de Sevilla amenazado por Cádiz, el brote de protestantismo socavando la ortodoxia religiosa en la ciudad- han sido, entre otras, las cualidades mas ponderadas de esta producción que ha superado los diez millones de euros. Las objeciones son harina de otro costal. En apretada síntesis podríamos decir que surgen de algunos profesionales de la Historia que, muy en su papel, se han preocupado de buscar los tres pies al gato en tal o cual detalle ambiental ? el exceso de velas en los hogares humildes, por ejemplo, un producto carísimo solo alcance los muy ricos- o denunciando cierta complacencia del argumento a la hora de poner el dedo en la llaga de nuestra Leyenda Negra, ofreciendo un discurso simplista de la Inquisición y la intolerancia religiosa española ?tan habitual en otros países de Europa- y que los ingleses no hubiesen utilizado para emborronar su pasado.

Como este cronista tuvo sus coqueteos con la Historia en otros tiempos, y es amigo del lío y la polémica, ha querido echar un poco de leña al fuego del debate. Vaya por delante que la serie le ha gustado y que la ambientación le parece perfecta, a pesar de esa excesiva recreación en las miserias, que parecen ser cosa obligada, y del hecho de que en Sevilla debía brillar el sol que caracteriza a la ciudad y no la tenue y perpetua luz neblinosa de las escenas en exteriores, más propia del Támesis que del Guadalquivir. En lo que respecta al protestantismo-que tanta importancia tiene en una trama algo confusa- recordar que, en aquellos momentos, era una corriente espiritual ilusionante, capaz de liberar a los creyentes del yugo triste y opresor de la Iglesia y de ofrecerles la gloria eterna sin necesidad de comprar bulas e indulgencias o pagar tasas sacramentales. Insistir en que los seguidores de Lutero no eran tipos zafios y malcarados, habitantes de las tinieblas con cara de heresiarca, sino caballeros cultos y damas muy leídas, eclesiásticos inquietos, burgueses muy viajados y gente, en fin de toda laya y condición, con algún que otro descerebrado, como ocurre en todas partes. Recordar que el protestantismo fructificó en salones y cenáculos, sacristías y claustros conventuales o universitarios y que estos recordatorios del cronista, no aparecen para nada en la serie, cuando hubiesen sido un magnifico contrapunto a las sórdidas escenas hospitalario-carcelarias y un trampolín para levantar la trama, otorgarle mayor dimensión y aclararla.

Pero La peste es lo que es y no lo que uno quiere. No está dedicada, por ejemplo, a don Antonio Dominguez Ortiz, maestro de la historia sevillana, sin cuyas investigaciones, por ejemplo, la magnífica escena de las cárceles reales ?ya recreadas en Alatriste- no hubiera sido posible. Y si no que se lo pregunten a don Arturo Pérez Reverte.