Sokolov

Teatro Principal Alicante

5 estrellas

Grigori Sokolov, piano.

Obras de Haydn, Schubert, Chopin, Rameau y Scriabin.

Sociedad de Conciertos de Alicante.

Recuerdo una ocasión en la que pude ver un ensayo del pianista ruso Grigori Sokolov y, tras éste, tuvimos la oportunidad de hacerle unas preguntas. Llegado un punto alguien le preguntó que, para él, que había viajado por todo el mundo, cuál era su lugar preferido: «el avión» contestó con semblante serio «es el único lugar donde todos tenemos el mismo objetivo: llegar a tierra». Y es que así es Sokolov: auténtico y singular. Igualmente, su interpretación es una singular mezcla entre rigurosidad estilística y heterodoxia histórica por muy contradictorio que pueda sonar. Sirva como ejemplo el Haydn inigualable y, por tanto, inolvidable que brindó en la primera parte del concierto que ofreció en el Teatro Principal de Alicante dentro de la temporada de la Sociedad de Conciertos de dicha ciudad. Su Haydn fue tan comedido en las dinámicas, tan prudente en los tempi que casi pareciera que buscaba una interpretación históricamente informada (es decir, teniendo en cuenta la información que sobre la forma de tocar en la época se puede extraer de los tratados del momento, los escritos del compositor, etc.). Incluso había un elemento historicista que sobresalía sobre todos ellos: la riqueza en el detalle. Ese fraseo exquisito, ese sonido, como el diamante, duro y bello a la vez, esos silencios justos es muy probable que estuvieran presentes en la imaginación inmensa de Haydn. Ahora bien, los recursos pianísticos que utilizó nada tenían que ver con lo que se entiende que tiene que ser la interpretación de la música del periodo clásico: los pedales generosos, el uso reiterado del pedal una corda y los amplios ataques en absoluto tenían que ver con lo que se puede entender, a priori y falsamente, que es la música de Haydn. Sin embargo, es imposible sonar más auténticamente vienés, más haydiano que lo que sonó en la sala. Todo esto vino a demostrar que cuando la imaginación tímbrica -la del señor Sokolov es casi infinita- prevalece, los convencionalismos hay que guardarlos en un cajón.

En la segunda parte el pianista ruso ofreció un Schubert muy a su manera: tempos lentos, libertad rítmica y cuidado en el timbrado de la melodía predominaron en los Cuatro impromptus D. 935. Les tengo que confesar que esa forma de hacer al compositor de El canto del cisne está tan alejada de mi manera de entender esta obra que al final me terminé encontrando con ella por el otro lado. Me explico. O mejor lo explica Ashkenazy cuando hablaba de Richter: «Puedes no estar de acuerdo con lo que hace, pero durante el concierto te convence que es la única manera de hacerlo». Pues eso.

Y luego llegaron los bises, que en el caso de Sokolov tienen tanto peso como las obras programadas. Nada de relajarse, nada de la displicencia que muestran algunos hacia las propinas. Chopin, Rameau y Scriabin volaron alto por la sala del Teatro Principal y es que Grigori Sokolov no lo puede evitar: su sitio en el mundo es el cielo.