Tengo un sincero respeto por Compromís. Tras su implantación más o menos generalizada en ayuntamientos de la Comunidad Valenciana, diputaciones y, sobre todo, en el Gobierno de la autonomía, ha logrado demostrar que una administración se puede gestionar sin necesidad de envolverse en banderas ni apelar a impostados hechos diferenciales. Y ello, a pesar del empecinamiento propagandístico del PP, cuya vehemencia en equiparar a Mónica Oltra, Manuel Alcaraz o Joan Baldoví con lo más radical del independentismo catalán, resulta ya poco creíble. Compromís ha expulsado de su discurso a muchos de esos fantasmas, pero es consciente de que el conflicto catalán alimenta el discurso de sus rivales. Incluso en políticas de empleo, donde de forma indistinta el Gobierno estatal y el autonómico se atribuyen la bajada del paro o culpan de la subida al contrario, hay que admitir que el Consell está logrando algún éxito. Discreto, sí. Las ayudas al empleo juvenil, los programas para parados mayores de 30 años, los incentivos para aumentar la contratación en el sector turístico o tratar de que el Servef se convierta en un elemento eficaz para dar trabajo a la gente, revelan voluntad de servicio público, y ya veremos los frutos, pero al menos se nos indica que hay alguien que piensa en esos despachos. Muchas de esas iniciativas nacen de la Secretaría Autonómica de Empleo, que dirige Enric Nomdedeu, de Compromís, un tipo con cara de bonachón, pero de gatillo fácil en redes sociales. Lo mismo se mofa en público de la enfermedad de Zaplana que compara a la número dos del PP valenciano, Eva Ortiz, con «un chimpancé con una ballesta», que debe de ser tan peligroso como un secretario de Empleo con Twitter. Cuando deje el cargo nadie le recordará por la mayor o menor eficacia de su gestión, sino por las tonterías que se le ocurrían móvil en mano y por las veces que tuvo que pedir perdón. Por muchas barreras que haya franqueado, el principal enemigo de Compromís sigue siendo Compromís.
