Cada vez que el tripartito le da una patada a una piedra, se encuentra con un problema. Y lo peor es que es en el sentido más literal de la expresión. Ahí están el Mercado Central y el hotel de Arenales, lote al que se acaba de sumar El Progreso. Por eso, no es extraño que un gobierno municipal como éste, al que, por acción o por omisión, todo le acaba saliendo mal, se aferre, en la recta final del mandato, a la peatonalización de la Corredora. O hace eso, o se arriesga a acabar sin ningún corte de cinta que reseñar. Ahora bien, el acelerón que se le quiere dar al proyecto tampoco está exento de riesgos. Por un lado, el alcalde de referencia en lo que a las ciudades sin coches se refiere, el de Pontevedra, Miguel Anxo Fernández Lores, siempre ha defendido que de lo que se trata no es de peatonalizar y ya, sino de generar actividad, con terrazas, comercios, actividades culturales o espacios para que los niños jueguen en la calle. La conclusión es evidente: hay que disuadir al conductor de que no ha perdido un aparcamiento, sino que ha ganado calidad de vida. Y ahí reside quizás la primera contradicción: se ha empezado la casa por el tejado. Por saber ya sabemos hasta cómo van a ser los adoquines de la Plaça de Baix, pero nadie nos ha explicado qué se va a hacer para que la medida no se interprete sólo como un castigo para los coches. Proyectos habrá, nadie lo duda, pero complicado venderlos cuando ahí está el Mercado Central y su futuro incierto, tras casi tres años de requiebros, y cuando aún no está claro si eso acabará siendo un centro comercial con parking para 300 coches -segunda contradicción- o terminará convirtiéndose en una especie de cementerio de elefantes. Por otro lado, cualquier peatonalización siempre lleva aparejada la resistencia inicial de una parte de la ciudadanía, y, en particular, de los comerciantes. ¿Tendrá cintura el tripartito para aguantar las críticas a 15 meses de las elecciones o cuando empiece a caer el chaparrón le pasará el muerto a València?
